Por JOSE MIGUEL ALZATE
Cuando se pensaba que ya los novelistas
latinoamericanos habían agotado el tema de los dictadores como personajes de
sus obras, aparece este libro de Mario Vargas Llosa sobre Rafael Leonidas
Trujillo, el dictador que gobernó a República Dominicana entre las décadas del
treinta al sesenta. Ya autores como
Gabriel García Márquez con "El otoño del patriarca", Augusto Roa
Bastos con "Yo el supremo", Miguel Angel Asturias con "El señor
presidente" y Alejo Carpentier con "El recurso del método"
habían explorado la personalidad de los dictadores latinoamericanos. Lo habían
hecho como tema de ficción, no como testimonio histórico. Cada escritor había
tomado características de determinados dictadores para crear su personaje. Sin embargo, hasta
el momento ninguno había estructurado una novela de carácter histórico,
reconstruyendo todo el gobierno de un dictador. Solo ahora Mario Vargas Llosa,
en "La fiesta del Chivo", intenta narrar todo cuanto ocurre al
interior de un gobierno despótico. Esta es la primera impresión que el libro
causa en el lector. No es una historia de ficción sino, al contrario, una
novela de carácter histórico, con una estructura moderna, escrita en un estilo
transparente.
La
novela se inicia con el relato de un personaje femenino que regresa a República
Dominicana después de 35 años de ausencia. Se llama Urania Cabral. Es la hija
del Senador Agustín Cabral, incondicional de Trujillo. Había viajado a los
Estados Unidos cuando apenas tenía 14 años, becada por las monjas del colegio
donde estudiaba. Su viaje es precipitado por el abuso sexual que con ella
cometió el dictador. Mujer inteligente, amante del estudio, rápidamente empieza
a demostrar sus capacidades intelectuales. Esto la lleva a ingresar, becada, a la Universidad de
Harvard. Una vez graduada con una tesis meritoria pasa a ocupar una importante
posición en el Banco Mundial. Aunque desde el país del norte le envía cada mes
a su padre el dinero necesario para su
sostenimiento, nunca le contesta una carta ni le pasa al teléfono. Lo hace
porque tuvo conocimiento de que éste, para congraciarse nuevamente con el
dictador, se la entregó para que abusara de ella, aprovechando su debilidad por
las niñas de su edad. Al regresar a su país lo encuentra enfermo, postrado en una
cama, olvidado de sus amigos, convertido en un ser anónimo. Ella comienza a
reprocharle su actitud con la dictadura. Pero no oculta el desprecio que por él
siente.
En
"La fiesta del Chivo" Mario Vargas Llosa hace una radiografía
perfecta del dictador Rafael Leonidas Trujillo. En sus 518 páginas el lector se
encuentra con un hombre que no obstante ser venerado por su pueblo inspira
cierto temor entre sus más cercanos colaboradores. Todo porque no le importa
recurrir a la violencia para perpetuarse en el poder. Es un gobernante que
aplasta cualquier manifestación de inconformismo con la fuerza de las
bayonetas. Quienes lo rodean son simples marionetas manejadas a su voluntad.
Tanto que el mismo presidente Joaquín Balaguer es apenas una figura decorativa.
En el país se hace lo que ordene Rafael Leonidas Trujillo. Y quien se atreva a
contradecir sus órdenes recibe castigo. Pero también premia magnánimamente a
sus obsecuentes servidores. Es así como nombra Coronel de las Fuerzas Armadas a
Johnny Abbes García, un oscuro criminal que cumple la tarea de asesinar a
quienes disienten del régimen. Igual hace con sus hijos Ramfis y Radhamés, no
obstante ser hombres apocados. Inclusive a su mujer, María Martínez, la hace
llamar "La prestante dama", llegando al colmo de pedirle a un
destacado intelectual escribir un libro para publicarlo con la firma de ella,
haciéndola aparecer ante sus gobernados como una mujer inteligente.
En esta novela Mario Vargas
Llosa alcanza una nueva dimensión de su arte narrativo. Aquí aparece un
novelista que recrea con mano maestra los sucesos que rodearon la muerte del
dictador. En esos capítulos donde el escritor narra los pormenores del atentado
que acabó con su vida está la vena de un novelista maduro, que sin necesidad de
ser truculento logra momentos de gran tensión. El final de la obra muestra cómo
Urania Cabral se convierte en el hilo comunicante de la narración. En ese
relato que el personaje narrador le hace a su tía sobre la forma cómo el
dictador abusó de ella está la expresión sentida del por qué de su odio hacia
el padre. Lo mismo puede argumentarse sobre el final que en la novela tiene la
familia del déspota. La muerte de su hijo Ramfis en un accidente
automovilístico en Madrid recuerda el triste final que tuvo, a manos de los hombres
del dictador, el Ministro de Trabajo Ramón Marrero Aristy. Radhamés, inclusive,
aparece asesinado en Panamá por los carteles colombianos de la droga. La frase
"El que a hierro mata, a hierro muere", que pronuncia uno de los
personajes de la novela cuando se entera de estas muertes, tiene aquí un sentido premonitorio. Es que los hijos del
dictador fueron los mayores torturadores del régimen.
Con "La fiesta del
Chivo" Mario Vargas Llosa ingresa con honores al género de la novela
histórica. Porque este es un libro que reconstruye los pormenores de un
gobierno que en determinado momento sembró el terror entre los dominicanos.
Rafael Leonidas Trujillo, que se hacía llamar "Su Excelencia", no
solamente manejó el país como si fuera una hacienda de su propiedad, sino que
dispuso de honras y bienes a su antojo. El novelista hace un retrato exacto
sobre la personalidad del dictador, con sus debilidades, sus excentricidades,
su apego al poder. Desde luego, Vargas Llosa recrea su historia con hechos
producto de su imaginación. Pero éstos son insignificantes frente al trabajo de
investigación realizado por el escritor para estructurar la novela. Las
sanciones económicas impuestas por la
OEA, el aislamiento internacional, la amenaza de una invasión
norteamericana, la caída de las reservas internacionales, no preocupan tanto a
Trujillo como el problema de incontinencia que sufre. Para él es más grave
verse manchado el pantalón con su propia orina que restablecer la democracia.
Los privilegios de sus más cercanos colaboradores son una manera de comprar su
complicidad para continuar manejando el país sin el más mínimo respeto por la
vida ajena.
Esta novela de Mario Vargas
Llosa atrapa al lector desde la primera línea. Magistralmente escrita, la obra
en ningún momento cansa. Al contrario, a medida que se avanza en su lectura el
interés por saber qué pasa con los diferentes personajes mantiene la mente en
calistenia. De otro lado, el atentado contra el dictador cuando se desplaza
desde San Cristobal hasta Ciudad Trujillo está narrado con verismo. Hay en este
capítulo mucho de novela policiaca. La gran ironía de la novela la constituye
el hecho de que el dictador no puede consumar el acto sexual con la hermosa
Urania Cabral. Todo porque a sus setenta años ya sufre disfunción eréctil.
Además, el proceso de transición a la democracia, que es liderado por el propio
Joaquín Balaguer después del asesinato de Trujillo, demuestra que el Presidente
títere no era un ser tan insignificante. Su discurso ante las Naciones Unidas
muestra a un Estadista que estuvo opacado por el temor hacia el Generalísimo.
La forma cómo el mandatario logra convencer a la familia de Trujillo para que
salgan del país comprueba que es un hombre inteligente. Aunque "La fiesta
del Chivo" no tiene la exuberancia literaria que caracteriza a "El
otoño del patriarca", de Gabriel García Márquez, es una novela que
permanecerá como obra bien acabada.
El manejo del tiempo cronológico
es una de las novedades que presenta Mario Vargas Llosa en "La fiesta del
Chivo". Acostumbrado a narrar sus historias en presente, en esta novela el
autor intercala dos tiempos a la vez. Por un lado, los personajes están
hablando sobre lo que sucede en ese momento: presente. Pero en el mismo párrafo
vuelve la narración varios años atrás, para darle solidez a los parlamentos:
pasado. Esta técnica le da verosimilitud al relato, porque ubica al lector en
el hecho que los dialogantes están recordando, permitiéndole conocer el
antecedente de lo que sucede en el momento. Por ejemplo, en el relato que
Urania Cabral le hace a su tía Adelina sobre cómo sucedieron las cosas ese día
para ella trágico, el narrador vuelve sobre el momento de los hechos para
mostrar al lector la forma como el dictador la llevó hasta su alcoba, engañada
por el embajador Manuel Alfonso, que era el responsable de buscarle a "Su
excelencia" muchachitas tiernas para desahogar sus pasiones. Este recurso
también lo utiliza el novelista cuando habla del General José René Román.
Ocurre en el momento en que éste es torturado por su participación en el
asesinato de Trujillo. Para darle consistencia a la historia el narrador
intercala sucesos anteriores a su ascenso al grado que ahora ostenta.
La transición de la dictadura
hacia un sistema democrático es uno de los pasajes mejor manejados de esta
novela. Vargas Llosa comprueba aquí porque es considerado un acertado analista
político. Todos los elementos que confluyen para que se dé el cambio los maneja
el novelista con un conocimiento sorprendente. Cinco semanas después de la
muerte de Rafael Leonidas Trujillo ya Joaquín Balaguer tiene todo a su favor
para ejercer como Presidente. Por un lado, ha logrado el exilio de la familia
del dictador. Por el otro, tiene el respaldo de los Estados Unidos. Asimismo,
el pueblo está alborozado por el retorno a la democracia. Finalmente, las
sanciones económicas han sido levantadas. Inclusive, logra algo que parecía
imposible: someter al Coronel Johnny Abbes García, nombrándolo Cónsul en un
país lejano. Esto le permite a Balaguer consolidar su proyecto de gobierno.
Tanto que logra el ascenso a Generales de tres estrellas de Antonio Imbert y
Luis Amiama, los dos únicos sobrevivientes del grupo de conspiradores que dio
muerte al generalísimo. Estos son recibidos en el Palacio Nacional como
verdaderos héroes. Y de ser un Presidente pelele, como lo llama Vargas Llosa,
Joaquín Balaguer pasa a convertirse en un auténtico Jefe de Estado.
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