Por JOSE MIGUEL
ALZATE
No recuerdo cómo
llegó a mis manos el libro “Una boda complicada y otros cuentos”, escrito por
el médico Ernesto Gutiérrez Arango. Lo cierto es que lo recibí con cierta
prevención. Pensaba que no era la obra de un hombre consagrado a las letras sino
el pretexto de un reconocido hombre público para hacerse sentir más importante
de lo que era. No creía que en este libro se pudiera descubrir a un excelente
contador de historias. Pensaba, más bien, que era uno de esos productos
literarios salidos de la mente de un hombre adinerado que solo quiere sumarle a
su reconocimiento social la posibilidad de serlo también en el campo
intelectual. Ahora que he tenido la oportunidad de sumergirme en su lectura, he
descubierto cuán equivocado estaba.
El párrafo anterior
tiene una explicación: hasta el día en que llegó a mis manos el libro del exalcalde de Manizales yo
desconocía sus inquietudes literarias. Por esta razón, pensé que “Una boda
complicada y otros cuentos” no era el producto terminado de un escritor que
llevara años trabajando con el barro de la palabra, exorcizando sus fantasmas
interiores a través de relatos coherentes. Me explico: el reconocido ganadero
de reses de lidia demoró muchos años para darle vida a su vocación literaria.
En efecto, solamente hacia 1988, cuando contaba ya con setenta años de edad,
Ernesto Gutiérrez Arango se arriesga a publicar su primer libro. Este hecho
hace pensar en una vocación tardía. Uno no pensaría, entonces, que en el libro
fuera a encontrarse con un escritor maduro, con destreza narrativa.
Para sorpresa mía, me
he encontrado en el libro “Una boda complicada y otros cuentos” con un autor
que despierta el interés del lector por la gracia que corre en sus narraciones.
Desde luego, no tiene este libro una narrativa moderna, de esa que envuelve al
lector por la fuerza del lenguaje, tipo Alvarez Gardeazábal o Roberto Bolaño. En
este sentido, Ernesto Gutiérrez Arango maneja un estilo costumbrista tanto en
la forma de narrar las historias como en las minucias que viven los personajes.
Es decir, interpreta en sus relatos las costumbres antioqueñas, dándole a la
narración un aire de autenticidad con el espacio geográfico donde se
desarrolla, resaltando incluso los principios católicos y las tradiciones
campesinas.
Ernesto Gutiérrez
Arango alcanza momentos de exquisitez literaria cuando hace la descripción
física de los personajes. Miremos, como ejemplo, esta frase: “Aquella belleza,
tan quieta y serena, aparecía más notable con los signos del deseo y el amor
carnal pronto a satisfacerse. Aquellas pestañas eran más largas, la boca más
sensual, los labios más húmedos”. Así describe a Azucena, una hermosa mujer que
despierta el instinto varonil del padre Céspedes. La historia narra la angustia
del sacerdote, que siente los aletazos del deseo sexual cuando conoce a la
muchacha, en el momento de darle la comunión. Su presencia lo perturba. Lo
paradójico es que el mismo sacerdote es quien bendice el matrimonio. Después de
oficiar la boda, el sacerdote se va del pueblo. Huye de la tentación que la mujer
representa.
Despierta interés en
el libro del dirigente cívico fallecido el 23 de marzo de 1997 el tema de la
tauromaquia. Cuando escribe cuentos donde el personaje central es el toro de
lidia, Ernesto Gutiérrez Arango deja plasmado en los relatos su profundo
conocimiento del tema. En este sentido, logra crear historias donde el suspenso
es manejado con maestría. Se advierte en el cuento “El semental”, una alegre
narración sobre una tienta realizada en su hacienda ganadera. El último toro
sale tan noble que el practicante decide darle muerte. El ganadero, que no
estaba preparado para que esto ocurriera, aplaude la decisión del torero. Así
describe el autor al animal: ”Embestía con son, con decisión y ganas, con raza
y muy buen estilo, sin tirar cornadas y mirando siempre los vuelos del capote”.
En Ernesto Gutiérrez
Arango habitaba un escritor costumbrista. La forma alegre, a veces bonachona, en que
narra las historias, lo confirman. Pero también, como lo dije arriba, por su
temática. Hay en el libro tres cuentos, “Los arrieros”, “Anterito“ y “¡Ah color
berraca!”, que reúnen tanto en su estructura como en su lenguaje los elementos
para clasificarlos como narraciones costumbristas. Por ellos se pasean las
tradiciones paisas, el recuerdo de la colonización antioqueña y las costumbres
propias de una raza emprendedora. Para afirmarlo, me remito a lo que escribió
Roberto Vélez Correa en “Literatura de Caldas 1967-1997” sobre “Sueños y
cuentos”, su libro posterior”: “La factura de sus textos es más bien clásica,
con tramas ingeniosamente urdidas, algunas con fino humor”. Estos son rasgos
propios del costumbrismo.
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