Por JOSE MIGUEL
ALZATE
¿Qué es un fabulador?
El diccionario de la Real Academia de la Lengua dice que es una persona con
facilidad para inventar cuentos que generan fascinación, como ese del hombre
que mató a un tiburón de una trompada en la frente, o el de la solterona que murió
el día en que ganó la lotería, que aparecen en los libros de Juan Gossaín. Cosa distinta es un fabulista. Fabuladores
son esos escritores de imaginación deslumbrante que inventan historias creíbles
para el lector aunque estén llenas de fantasía. El fabulista, en cambio, escribe
en tono didáctico piezas literarias breves que dejan enseñanzas. El fabulador
busca deleitar con historias fantásticas donde la ficción parece superar a la
realidad. El fabulista simboliza con historias de animales lo que quiere
expresar.
¿Se puede calificar a
Juan Gossaín como un excelente fabulador? Claro que sí. Tanto en sus textos
periodísticos como literarios el escritor oriundo de San Bernardo del Viento
hace gala de su capacidad para fabular. Todo porque, para argumentar cualquier
tema, saca como por arte de magia historias de su región que fascinan al
lector. Su novela La balada de María
Abdala llena está de cuentos sacados como de un cubilete para entretener a
ese que Julio Cortázar llama el lector pasivo. La novela tiene un encanto
especial. Es la belleza de una prosa cantarina, orquestal, rítmica, que navega
como un torrente de agua fresca por todo el texto. Gossaín le imprime a su
lenguaje un lirismo de fina factura, que obliga al lector a no levantar la
vista de la página.
En La mala hierba, su primera novela
publicada, Juan Gossaín dejó entrever que lo poseía el alma de un escritor con
talento para contar historias. El Cacique Miranda, que de anónimo ayudante de
chiva pasó a ser un hombre acaudalado, simboliza a esa cantidad de colombianos
que encontraron en la ilegalidad una oportunidad para salir de la pobreza. Por
las situaciones que vive, es un personaje de fábula. El poder que adquiere
gracias al dinero mal habido lo convierte en referente social. Gossaín
estructuró una novela que si bien es cierto está basada en esas primeras
manifestaciones de violencia que tuvo la mafia en Colombia, es más cierto
todavía que tiene más de recreación literaria de la figura del mafioso inculto
que de aproximación al problema generado por el negocio mismo.
En el libro Puro cuento aparece un escritor diestro
en el manejo de la anécdota que, sin embargo, sabe hacer trucos con las
historias para hacerlas más fascinantes ante el lector, dándoles ese toque de
gracia que solo un buen fabulador puede darle a un texto literario donde lo
inverosímil parece tomar forma Ese
hombre solitario que se hace amigo de un pájaro con el que conversa como si le
hablara a un ser humano es un personaje que se crece en la mente del lector. En
el introito, el mismo Gossaín dice que las fábulas de este libro son de su
propia inspiración. Lo que confirma que en este escritor que sabe ponerle humor
a los relatos habita un fabulador que, como si fuera un encantador de
serpientes, mantiene en vilo la atención del lector por la magia misma de su
lenguaje.
En La balada de María Abdala están
explícitos los júbilos de un narrador que quiere evocar, en una prosa donde se
mezclan memoria y poesía, las piezas perdidas del rompecabezas de su
existencia. Un fabulador fornido se expresa a través de la voz de un personaje
que murió una tarde de agosto, cuando “un toro cimarrón que tenía una estrella
blanca en la frente” lo empitonó en una corraleja. En ese monólogo interior del
hombre que regresa de la muerte diez años después para asistir al funeral de la
mamá empieza a descubrirse a ese fabulador exquisito que es Juan Gossaín. Se
descubre en esas primeras páginas donde el narrador revela que la mamá murió en
el mismo baño donde vivió los últimos años, “habitación que tiene el olor
mortecino de las flores de cementerio”.
Fabulador es alguien
que tiene la imaginación para crear historias fascinantes alrededor de sus
personajes. En el caso de Juan Gossaín, este título lo tiene ganado por su
asombrosa habilidad para imprimirles rasgos especiales a esos seres de carne y
hueso que circulan por las páginas de sus libros. Como ese Jacinto Negrete,
“amansador de potros y colonizador de selvas”, que caminaba “con la movilidad
sinuosa del agua”. Este hombre es capaz de darle captura a lo que el narrador
llama un onagro, que no es otra cosa que “un burro salvaje con cara de tigre y
cuerpo de yegua”. Como excelente fabulador, Gossaín le infunde realismo mágico
a sus historias. Y como escritor, hace de su prosa una alegre sinfonía de
compases rítmicos que maravillan por su exuberancia verbal.
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