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sábado, 14 de mayo de 2016

Juan Gossaín: fabulador



Por JOSE MIGUEL ALZATE

¿Qué es un fabulador? El diccionario de la Real Academia de la Lengua dice que es una persona con facilidad para inventar cuentos que generan fascinación, como ese del hombre que mató a un tiburón de una trompada en la frente, o el de la solterona que murió el día en que ganó la lotería, que aparecen en los libros de Juan Gossaín. Cosa distinta es un fabulista. Fabuladores son esos escritores de imaginación deslumbrante que inventan historias creíbles para el lector aunque estén llenas de fantasía. El fabulista, en cambio, escribe en tono didáctico piezas literarias breves que dejan enseñanzas. El fabulador busca deleitar con historias fantásticas donde la ficción parece superar a la realidad. El fabulista simboliza con historias de animales lo que quiere expresar. 

¿Se puede calificar a Juan Gossaín como un excelente fabulador? Claro que sí. Tanto en sus textos periodísticos como literarios el escritor oriundo de San Bernardo del Viento hace gala de su capacidad para fabular. Todo porque, para argumentar cualquier tema, saca como por arte de magia historias de su región que fascinan al lector. Su novela La balada de María Abdala llena está de cuentos sacados como de un cubilete para entretener a ese que Julio Cortázar llama el lector pasivo. La novela tiene un encanto especial. Es la belleza de una prosa cantarina, orquestal, rítmica, que navega como un torrente de agua fresca por todo el texto. Gossaín le imprime a su lenguaje un lirismo de fina factura, que obliga al lector a no levantar la vista de la página. 

En La mala hierba, su primera novela publicada, Juan Gossaín dejó entrever que lo poseía el alma de un escritor con talento para contar historias. El Cacique Miranda, que de anónimo ayudante de chiva pasó a ser un hombre acaudalado, simboliza a esa cantidad de colombianos que encontraron en la ilegalidad una oportunidad para salir de la pobreza. Por las situaciones que vive, es un personaje de fábula. El poder que adquiere gracias al dinero mal habido lo convierte en referente social. Gossaín estructuró una novela que si bien es cierto está basada en esas primeras manifestaciones de violencia que tuvo la mafia en Colombia, es más cierto todavía que tiene más de recreación literaria de la figura del mafioso inculto que de aproximación al problema generado por el negocio mismo. 

En el libro Puro cuento aparece un escritor diestro en el manejo de la anécdota que, sin embargo, sabe hacer trucos con las historias para hacerlas más fascinantes ante el lector, dándoles ese toque de gracia que solo un buen fabulador puede darle a un texto literario donde lo inverosímil parece tomar forma   Ese hombre solitario que se hace amigo de un pájaro con el que conversa como si le hablara a un ser humano es un personaje que se crece en la mente del lector. En el introito, el mismo Gossaín dice que las fábulas de este libro son de su propia inspiración. Lo que confirma que en este escritor que sabe ponerle humor a los relatos habita un fabulador que, como si fuera un encantador de serpientes, mantiene en vilo la atención del lector por la magia misma de su lenguaje.  

En La balada de María Abdala están explícitos los júbilos de un narrador que quiere evocar, en una prosa donde se mezclan memoria y poesía, las piezas perdidas del rompecabezas de su existencia. Un fabulador fornido se expresa a través de la voz de un personaje que murió una tarde de agosto, cuando “un toro cimarrón que tenía una estrella blanca en la frente” lo empitonó en una corraleja. En ese monólogo interior del hombre que regresa de la muerte diez años después para asistir al funeral de la mamá empieza a descubrirse a ese fabulador exquisito que es Juan Gossaín. Se descubre en esas primeras páginas donde el narrador revela que la mamá murió en el mismo baño donde vivió los últimos años, “habitación que tiene el olor mortecino de las flores de cementerio”.

Fabulador es alguien que tiene la imaginación para crear historias fascinantes alrededor de sus personajes. En el caso de Juan Gossaín, este título lo tiene ganado por su asombrosa habilidad para imprimirles rasgos especiales a esos seres de carne y hueso que circulan por las páginas de sus libros. Como ese Jacinto Negrete, “amansador de potros y colonizador de selvas”, que caminaba “con la movilidad sinuosa del agua”. Este hombre es capaz de darle captura a lo que el narrador llama un onagro, que no es otra cosa que “un burro salvaje con cara de tigre y cuerpo de yegua”. Como excelente fabulador, Gossaín le infunde realismo mágico a sus historias. Y como escritor, hace de su prosa una alegre sinfonía de compases rítmicos que maravillan por su exuberancia verbal.

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