Por JOSE MIGUEL
ALZATE
“Etérea lírica” es un
libro de poemas de escasas noventa páginas donde se advierte la voz auténtica
de una mujer romántica que encontró en la poesía un canal expresivo para darle forma
a las vibraciones de su alma. Diana Toro Angel, su autora, nacida en
Filadelfia, es una psicóloga especializada en neuropsicopedagogía, egresada de
la Universidad de Manizales, que desde hace varios años viene experimentando
con el lenguaje poético, escribiendo versos donde transmite los gozos de su
corazón, su acendrado amor de madre, sus preocupaciones existenciales y, sobre
todo, su enamoramiento de los niños. Los suyos son poemas donde vibra el
sentimiento de una mujer frente a la vida. Versos que se dejan leer por la frescura
de su lenguaje.
¿Qué es un poeta? Es
fácil explicarlo. Pero me remito a una hermosa descripción que hizo de este
oficio César Montoya Ocampo. Dice el escritor aranzacita que un poeta es un
visionario. Alguien que “no mira el paisaje como una aburrida mancha verde,
salida de los dedos regordetes de un rústico pintor”. Es un ser humano que “siente
que por debajo de esas acuarelas vegetales, una tropilla de ángeles desocupados
tañe violines intangibles”. Un poeta es un creador de belleza “diestro para
pulsar la lira en los escombros de los atardeceres”. Un soñador que “descubre
en la voz humana modulados embrujos que ponen a vibrar los delicados telares del alma”. Para el poeta, “la
brizna del agua que gorgoritea por el declive de los peñascos, danza sobre
paredes resbaladizas y baja cantando”.
Las palabras
anteriores sirven de introito para hablar sobre la poesía de Diana Toro Angel.
Lo primero que puede decirse en que en sus versos fluye la expresión de un
sentimiento que brota desde lo más profundo del alma. Ya sea cantándole al
hombre con quien comparte su vida, al hijo que salió de sus entrañas, al niño
que tiene en su cuerpo las marcas del maltrato, al poeta que escribe para
exorcizar sus fantasmas, a la vieja casa que parece estar llena de laberintos
la voz de esta mujer de mirada dulce adquiere una connotación artística que
convence al lector. Alguien que tiene la fuerza para decir que un simple
recuerdo “me está dejando un hueco/ me está partiendo el alma/ me está robando
la alegría/ no puede ser más que una poetisa de sentida inspiración.
Es posible que en los
versos antes citados no haya un lenguaje novedoso. Pero lo que si hay es una
rabia contenida, una expresión de amargura, una imprecación al destino. Sin
embargo, en otros poemas aflora un lenguaje más innovador, con mayor contenido
estético, propio de un creador de imágenes con contenido lírico. Se advierte,
por ejemplo, en el poema “Puntos para las heridas” cuando dice con una voz
desolada: “Y saber que tres pasos sobre las hojas secas/ siempre son el anuncio
de un adiós/. Figura literaria que se repite en el poema “Lo que pido”. La voz
poética se exalta para cantar: “Ahora que el lamento/ duerme entre los valles/ no
tengo ganas de detenerte/. Estos versos son la expresión del sentimiento de una
mujer que no obstante amar con pasión no le tiene miedo al olvido.
Jorge Eliécer Zapata
Bonilla advierte, en el prólogo, que Diana Toro Angel trabaja en poesía “los
temas eternos de los que nadie escapa como la vida o la muerte, el amor y el
desamor, la luz y la oscuridad”. En esto tiene razón. Yo agregaría que la
poetisa de Filadelfia alcanza destellos de belleza lírica cuando aborda temas cotidianos
como el dolor, la angustia, la sinrazón, las despedidas, los encuentros
frustrados. En el poema “Sueño en un hospital de primavera” están los elementos
que hacen vibrante la voz; leámoslo: “Quiero ser noche para que duermas en mi/
olvido para matar fantasmas/ canción de amor que suene entre tus dedos/ y
viento que envuelva la lucidez de tus pasos/. Este es un verso de excelente
factura. Tiene todos los condimentos que hacen del poema una pieza bien
acabada.
En “Etérea lírica” se
consolida la vocación poética de una mujer que ha trabajado la palabra con un
cuidado extremo para que exprese la vitalidad de su inspiración. Diana Toro
Angel puede decir como Germán Eugenio Restrepo: “Yo soy poeta porque he visto
mi rostro reflejado sobre espejos que huyen por los bosques de mi infancia”. Su
poesía tiene a veces arrebatos oníricos, sabor a tierra macerada, nostalgias de
viajes hechos y rememoraciones de la infancia. Aunque en algunos versos
conserva un tono intimista, nunca cae en lo prosaico. El poema “Esperando abril
15” es un canto emocionado sobre la dulce espera que plenifica a la mujer
cuando llega el bebé soñado. Así canta:
“Esperando entre cielos y arco iris/ la luna envidiará mi estado/ Serás la luz
de mi amanecer/