Por JOSE MIGUEL
ALZATE
En Colombia se abren
con alguna frecuencia debates para analizar si en el país existen buenos
cuentistas, esos artistas de la palabra que logran transmitirle al lector emoción
a través de un relato donde la belleza del lenguaje, sumado a la calidad
narrativa y a la brevedad del texto, es un imán que obliga a no apartar los
ojos de la página. Y las conclusiones que se sacan de estos debates es que
Colombia sí tiene potencial en la narración corta. Simplemente, el cuento no ha
sido atractivo para los editores. Ellos se la juegan por la novela. El libro de
cuentos no tiene un mercado tan amplio, como tampoco lo tiene la poesía. Sin
embargo, en los suplementos literarios aparecen a veces cuentos en donde se
descubre que este género goza de salud y, por lo tanto, ofrece sorpresas.
Y una sorpresa para
este columnista fue haber encontrado en una librería de la carrera séptima, de
Bogotá, un libro donde se revelan cuatro excelentes cuentistas colombianos. Publicado
por el Fondo de Cultura Económica, de México, en su colección Aulaatlántica, el
libro trae prólogo de Jaime Alejandro Rodríguez, especialista en literatura
colombiana, quien es a la vez el compilador de los cuentos. En este texto
indica que en Colombia este género está más saludable que nunca debido a la
cantidad de escritores que lo vienen trabajando y, sobre todo, a la
preocupación de los autores por mostrar en sus relatos esa Colombia que se
debate entre la indignación y la esperanza, entre el miedo y la alegría. Son
dieciséis narraciones donde se destacan, sobre todo, temas urbanos.
Pues bien: este libro
revela que en el país el cuento sigue siendo un género literario con muchos
cultores y, sobre todo, con expresiones de calidad literaria en autores que
manejan una prosa envolvente, trabajada con encanto, donde el lenguaje cumple
ese cometido de cautivar al lector por su fuerza expresiva. Los cuatro
escritores que aquí se reúnen tienen todos una característica: su vitalidad
narrativa. Eso les permite crear historias con contenido humano, con personajes
que le llegan al lector, con argumentos que tienen relación con la realidad
misma que circunda al hombre latinoamericano.
Mientras Pablo Montoya narra historias de hombres perseguidos, Lina
María Pérez Gaviria cuenta cómo un hombre que vive en un cementerio venga la
muerte de su compinche.
Los otros dos
escritores escogidos para incluir sus cuentos en este libro son Octavio Escobar
Giraldo y Ricardo Silva Romero. Del primero, un médico manizaleño dedicado a la
literatura, se publica, entre otros, “La muerte de Dioselina”, un cuento que
revela el modernismo narrativo del autor de “Cielo parcialmente nublado”. Del
segundo, que es columnista de este diario, se publican tres relatos: “Enfermo
terminal”, “Hitchcock” y “El cucho”, cuentos donde se advierte la maestría del
autor para crear historias que, por su agilidad narrativa, capturan la atención
del lector desde la primera línea. El compilador señala que mientras los
cuentos de Escobar Giraldo “son cercanos al modo narrativo de la observación”,
en Silva Romero esa observación cae en “la exposición ficcional”. Mientras
tanto, Lina María Pérez trabaja la observación desde la cotidianidad.
Los cinco cuentos que
de Pablo Montoya, el ganador del Premio Rómulo Gallegos, se recogen en el
libro, enseñan por qué el jurado calificador de ese concurso escogió su libro
“Tríptico de la infamia” para premiarlo. Es que hay en estos relatos un
narrador fornido, con mucha fuerza argumental, que crea historias creíbles, como
la del conductor del bus que se acostumbra a parar en cada esquina para recoger
pasajeros. Montoya es hábil para manejar el narrador en primera persona.
También para intercalar espacios
geográficos. La calle Saint Honoré, de París, o el sector de Guayaquil, en Medellín,
son sitios que, en su narrativa, adquieren fuerza testimonial. Son cuentos que “invitan
a la solidaridad activa por parte del lector”. Los monólogos tienen poder de
convencimiento.
Los cuentos que se
recogen en este libro son prueba de que en Colombia este género literario vive
un buen momento. Para confirmarlo, basta leer las antologías publicados por Luz
Mary Giraldo, profesora de la Universidad Javeriana, donde habla sobre los
experimentos técnicos de varios autores. En los libros “Nuevo cuento
colombiano”, “Cuentos del fin del siglo” y “Ellas cuentan”, destaca tendencias
narrativas, dominio de estructuras y manejo de tiempos cronológicos. Descubre además
nombres que aportan, desde su estilo literario, elementos para decir que la
cuentística colombiana goza de excelente salud. En “Cuatro cuentistas
colombianos”, de Jaime Alejandro Rodríguez, hay relatos escritos con buena
técnica, plenos de vigor existencial, construidos con un lenguaje de alto vuelo
lírico.
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