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jueves, 12 de mayo de 2016

El erotismo en "Cien años de soledad"



Por JOSE MIGUEL ALZATE

Para abordar el manejo del erotismo en Cien años de soledad debemos hacerlo teniendo en cuenta lo que Mario Vargas Llosa señala en el ensayo “Erotismo, pornografía y literatura”: “La frontera entre erotismo y pornografía sólo se puede definir en términos estéticos. Toda literatura que se refiere al placer sexual y que alcanza un determinado coeficiente estético puede ser llamada literatura erótica. Si se queda por debajo de ese mínimo que da categoría de obra artística a un texto, es pornografía”.  Lo anterior quiere decir que para que las escenas eróticas en una novela no caigan en pornografía barata debe haber refinamiento literario al escribir. Si una novela aborda el tema del sexo como expresión natural de la condición humana, arropando las escenas de sexo con belleza literaria, dándole dimensión artística, logra transmitirle al lector una imagen bella de la relación sexual. Pero si el escritor no tiene la maestría para manejar el lenguaje del erotismo con arte literario, cae fácilmente en un relato de contenido pornográfico. 

Desde los primeros capítulos de Cien años de soledad se advierte ese cuidado que pone García Márquez para narrar temas que tienen connotación erótica. La primera escena de este tipo es cuando nace José Arcadio. La mamá, Úrsula, se asusta cuando, después del alumbramiento, descubre que el bebé nace con el pene muy grande. Preocupada, le pregunta a la partera sí eso no es peligroso; la mujer le contesta que se quede tranquila porque, cuando sea mayorcito, el muchacho “va a ser muy feliz”. En sus palabras, la buena dotación que le dio la naturaleza le servirá para hacer muy feliz al sexo opuesto. Una vez hecho hombre, José Arcadio se dedica a vivir de las mujeres que le pagan por hacerles el amor. Cuando se va de Macondo, detrás de una gitana que llegó con el circo, a recorrer el mundo, sobrevive durante todos esos años gracias al portento de herramienta con que fue dotado. Nunca aprendió a trabajar. El dinero se lo ganaba haciendo felices a las mujeres. En el relato que hace García Márquez  de esa experiencia aparece un narrador que sabe hasta dónde puede avanzar con esas escenas donde la pareja se entrega para disfrutar el cuerpo.

Cuando José Arcadio vivía en la casa de Macondo, Pilar Ternera se enamoró de él cuando descubrió el “tremendo animal dormido que tenía entre las piernas”. Tanto, que lo convierte en su amante. Le permite que todas las noches la visite en su casa. Dejaba el portón ajustado para que él entrara sin problemas después de que se escapaba, caminando en puntillas, de la casa. Cuando regresaba al amanecer, exhausto de las faenas sexuales de toda una noche, lo hacía sigilosamente para no despertar a nadie. Sin embargo, Aureliano, el hermano, se daba cuenta de sus salidas. Pero nunca le decía nada. Hasta que un día no se aguantó y le preguntó que para dónde salía todas las noches. Con la condición de que nunca se lo dijera a Úrsula, José Arcadio le contó la verdad. Cuando terminó de hacerle el relato de sus experiencias en la cama con Pilar Ternera, Aureliano sólo atinó a preguntarle qué se sentía haciendo el amor con una mujer. Entonces el hermano le contestó: “eso es como un temblor de tierra”.  Aquí el lenguaje es apenas sugerente. Las escenas eróticas están narradas con el cuidado extremo que se requiere para darle al tema dimensión artística.

La actitud de José Arcadio hacia Pilar Ternera cambia cuando esta le dice. “Ahora sí eres un hombre”. Como él no entendió lo que la amante le decía, ella se lo explicó diciéndole: “Vas a tener un hijo”. José Arcadio empezó entonces a escondérsele. Y encuentra la fórmula precisa para huir de ella la tarde en que llegan de nuevo los gitanos con un circo. Con ellos llega una mujer, gitana ella, casi una niña, que lo deslumbra con su belleza. Después de verla, José Arcadio se le acerca por la espalda, y la convence para que hagan el amor en una cama del circo, frente a la vista de los demás. Es ahí cuando lo ve otra gitana que entra con un tipo a hacer el amor en la misma pieza y cuando lo mira tirado en la cama, completamente desnudo, descubre que está muy  bien dotado. La mujer “examinó con una especie de fervor patético su magnífico animal en reposo” y, luego, le dijo: “Muchacho, que Dios te la conserve”. Fue ahí cuando, después de hacer el amor con la gitana joven, decidió irse con el circo, dejando a Pilar Ternera con su hijo.

Hay en Cien años de soledad una escena erótica que surge como consecuencia del duelo de honor donde el padre de la estirpe mató a su compadre Prudencio Aguilar atravesándole la garganta con una lanza. Resulta que en Macondo se empezó a rumorar que José Arcadio Buendía era impotente. Todo porque, un año después de haberse casado,  su mujer no quedaba en embarazo. García Márquez dice que “la intuición popular olfateó que algo irregular estaba ocurriendo”. En el pueblo se regó el cuento de que Úrsula Iguarán continuaba virgen. Pero la verdad era que la esposa se resistía a tener relaciones sexuales con el marido debido al miedo que le infundiera su madre en el sentido de que, si lo hacía, era posible que naciera un hijo con cola de cerdo. Todas las noches la pareja forcejeaba durante horas, él tratando de quitarle el cinturón de castidad que la mamá le había hecho con lona de velero y ella defendiéndose para que no se lo quitara. Así vivieron ese primer año.

La ofensa proferida por Prudencio Aguilar en la gallera cambió las cosas. Esa misma noche se consumó el matrimonio. Al entrar al dormitorio, Úrsula estaba colocándose el cinturón de castidad. Inmediatamente, “blandiendo la lanza frente a ella”, el marido le ordenó: “!Quítate eso¡”. La mujer, al darse cuenta de la furia de José Arcadio, solamente atinó a decir: “Tú serás el responsable de lo que pase”. Entonces, clavando la lanza en la tierra, el marido herido en su orgullo de hombre dijo: “Si has de parir iguanas, criaremos iguanas. Pero no habrá más muertos en este pueblo por culpa tuya”. El novelista recrea la consumación del matrimonio en un lenguaje que por ser sencillo no pierde el brillo literario: “Estuvieron despiertos y retozando en la cama hasta el amanecer, indiferentes al viento que pasaba por el dormitorio”. Nótese aquí cómo el escritor sabe condensar hábilmente los sucesos para darle a entender al lector la razón que llevó a Úrsula a dejarse poseer esa noche por el marido herido en su honor de hombre.

Mario Vargas Llosa habla en el ensayo arriba citado sobre las fronteras entre el erotismo y la pornografía. Dice: “No hay gran literatura erótica, lo que hay es erotismo en grandes obras literarias. Una literatura especializada en erotismo y que no integre lo erótico dentro de un contexto vital es una literatura muy pobre”. Lo que logra García Márquez cuando introduce escenas eróticas en la novela es imprimirle realismo a una historia donde nada debe quedar por fuera, porque está mostrando pasiones que son inherentes al ser humano. Cuando el novelista está interesado en narrar la vida de un pueblo sin tapar nada, debe incluir en su narrativa todos los elementos que le dan corporeidad. Así como cuenta el proceso histórico, las costumbres ancestrales, los fenómenos violentos, también debe hacerlo con los temas intimistas, donde quede reflejada la actitud del hombre frente al sexo. Lo importante es lograrlo con arte literario, dándole al lenguaje esa connotación artística que lo haga hermoso en la mente del lector. 

En Cien años de soledad existen varios pasajes que muestran la maestría de Gabriel García Márquez para describir escenas eróticas donde se alcanza una exaltación de la líbido sexual sin caer en la ramplonería, mostrándolas como ese derecho que tiene el ser humano al placer. Veamos, como ejemplo, lo que pasa con José Arcadio, el hermano del coronel Aureliano Buendía, cuando regresa a Macondo después de muchos años de ausencia. El hombre se dedicó a vivir de brindarles placeres sexuales a las mujeres de los países por donde andaba. Cansado de esta vida, regresa a la casa. Llega sin un peso en el bolsillo. Úrsula debe darle los dos pesos para pagar el alquiler del caballo en que llegó. Una vez en la casa, se echa a dormir tres días seguidos en una hamaca. Cuando decide salir a la calle, “después de tomarse dieciséis huevos crudos”, lo primero que hace es irse para la tienda de Catarino, que queda en la zona de tolerancia. Al llegar allí, ofrece pagar la cuenta de todos los que están bebiendo. Lo hace sabiendo que no tiene plata.

¿Cómo paga José Arcadio la cuenta del licor consumido por todos los que están en ese momento en la tienda de Catarino? Recurre a su fuerza bruta. El propietario del negocio le propone una apuesta: si saca la vitrina mostrador, solo, hasta la calle, la cuenta queda saldada. Pero si no es capaz, José Arcadio debe pagarla. Para sorpresa de todos, “lo arrancó de su sitio, lo levantó en vilo sobre la cabeza y lo puso en la calle”. Así ganó la apuesta. El mostrador era tan pesado, que fue necesaria la fuerza de once hombres para regresarlo a su sitio. Luego “exhibió sobre el mostrador  su masculinidad inverosímil, enteramente tatuada con una maraña azul y roja de letreros en varios idiomas”. Las mujeres quedaron tan impresionadas con el tamaño de su miembro, con su fuerza descomunal y con su enorme musculatura, que empezaron a imaginarse cómo sería una noche con él en la cama.

Al darse cuenta de que las mujeres le miraban con un asomo de incredulidad el tamaño de su miembro, José Arcadio Buendía les preguntó quién pagaba más por tener sexo con él. La que más dinero tenía le ofreció veinte pesos. Pero como a él le pareció poco, propuso rifarse entre todas, a diez pesos la boleta. Todas se apuntaron. Recogió ciento cuarenta pesos. Fue sacando los nombres del sombrero donde fueron metidos en papelitos y, cuando faltaban únicamente dos nombres, dijo: “Cinco pesos más cada una y me reparto entre ambas”. Ellas aceptaron. No obstante que en una buena noche se ganaban máximo ocho pesos, dispusieron de sus ahorros para disfrutar de un hombre que por el tamaño de su herramienta les garantizaba la satisfacción sexual. De eso vivía José Arcadio. Inclusive, le había dado la vuelta al mundo sesenta y cinco veces, complaciendo mujeres insatisfechas.

Aureliano es diferente a su hermano José Arcadio en lo que a la sexualidad se refiere. Es un hombre sin sus ímpetus sexuales, más calmado. Su primera experiencia sexual tuvo lugar bajo la carpa de un circo, con la niña que la abuela explotaba para recoger el dinero con que reconstruiría su casa, que se había incendiado por culpa de la menor. Un día fue a donde Pilar Ternera para que le enseñara las artes amatorias. Pero ella se negó. Sin embargo, años después vuelve hasta la casa de ella, dispuesto a hacer realidad su sueño de poseerla. Se apareció allí en medio de una borrachera. Antes había rechazado las caricias que una mujer en la tienda de Catarino quiso brindarle. “Vengo a dormir con usted”, le dijo cuando traspasó la puerta de su casa “con la ropa embadurnada de fango y de vómito”. Entonces Pilar Ternera “le limpió la cara con un estropajo húmedo, le quitó la ropa, y luego se desnudó por completo y bajó el mosquitero para que no la vieran sus hijos si despertaban”. Fue en esa ocasión cuando Aureliano se sintió realizado en el aspecto sexual.

José Arcadio se casó con Rebeca días después de su regreso. Descubrió que era la mujer de su vida la tarde en que ella, aprovechando que todos hacían la siesta, se apareció en el cuarto donde él descansaba en la hamaca, impulsada por ese deseo irreprimible que sentía de disfrutar de su compañía. “Perdone, no sabía que estaba aquí”, dijo ella cuando entró en el dormitorio. El le contestó: “Ven acá”. Entonces ella se dejó llevar por el deseo de estar con él. Ni siquiera se resistió a sus caricias cuando José Arcadio le tocó los tobillos con la yema de los dedos. Tampoco se resistió cuando le puso las manos en los muslos. Después todo fue como un sueño. Rebeca sintió como si una brasa ardiente le quemara todo el cuerpo. “Una potencia ciclónica asombrosamente regulada la levantó por la cintura y la despojó de su intimidad en tres zarpazos”, narra García Márquez. Y agrega luego: “Sintió el soplo ardiente de un animal en carne viva que la penetraba”.

Después de hacer el amor con José Arcadio, a Rebeca le desaparecieron los vómitos que la atacaban cuando pensaba en él, las noches que pasó tiritando de fiebre al recordarlo, las tardes en que se quedaba embelesada observando su cuerpo fornido. Se casaron tres días después, en la misa de cinco. Como en Macondo todos creían que eran hermanos, el padre Nicanor Reina se encargó de aclarar en el sermón del domingo que no lo eran. Según el narrador, la luna de miel fue escandalosa. “Los vecinos se asustaban con los gritos que despertaban a todo el barrio hasta ocho veces en la noche, y hasta tres veces en la siesta, y rogaban que una pasión tan desaforada no fuera a perturbar la paz de los muertos”.

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