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martes, 17 de mayo de 2016

El centenario de Eduardo Carranza



Por JOSE  MIGUEL ALZATE

El pasado martes se cumplieron cien años del nacimiento de Eduardo Carranza, el poeta símbolo de Piedra y Cielo, el movimiento literario que, inspirado en Juan Ramón Jiménez, trajo a la poesía colombiana un viento renovador. En efecto, el 23 de julio de 1913 nació en Apiay, Meta, este poeta que, desde su primer libro, “Canciones para iniciar una fiesta”, demostró poseer una voz despojada de atavismos retóricos, auténtica en la concepción de la belleza literaria, innovadora desde el punto de vista estético. Pues bien: el centenario del nacimiento de este inmenso poeta propicia el espacio para hablar sobre su obra. Sobre todo ahora que, por esta razón, el 2013 fue declarado como el Año Eduardo Carranza.

¿Por qué razón trascendió tanto la voz de Eduardo Carranza? Esencialmente, por su calidad poética. Además, porque fue el cantor insigne de la patria. Pero, sobre todo, por la arquitectura melódica de sus versos. La suya fue una voz pura, auténtica, plena de lirismo. Para cantar las bellezas naturales de Colombia, tenía brillo en las metáforas. En este sentido, sus creaciones sorprenden por su exquisitez metafórica. Hay originalidad en su lenguaje poético. Carranza no recurre a vocablos arcaicos para expresar la belleza de su tierra, esta Colombia que llevó en el alma. Lo que uno encuentra en sus versos es un lenguaje de alta creación literaria. A sus poemas le son ajenos los lugares comunes.

Eduardo Carranza no fue solo el cantor de los ríos y las llanuras, de los montes y las quebradas. La exaltación de la mujer como depositaria de sus sueños fue una constante en sus poemas. En “La sombra de las muchachas” aparece un artista que elabora su poesía con los elementos creativos que le proporciona la mujer. Podría decirse que fue un fiel discípulo de Gustavo Adolfo Becquer. Quizá por esto lo llamó “venerable abuelo mío”. ¿Quién no recuerda ese “Teresa, en cuya frente el cielo empieza/, como el aroma en la sien de la flor/. Teresa, la del suave desamor/ y el arroyuelo azul en la cabeza?”. Carranza tuvo muy clara esta rima del español: “Mientras exista una mujer hermosa, habrá poesía”. 

Piedra y Cielo tuvo una marcada influencia en la poesía colombiana. Eduardo Carranza fue la voz mayor del grupo. A su alrededor, con el estímulo de Jorge Rojas, que dejó huella con su obra teatral en verso “La doncella del agua”, crecieron poéticamente bardos como Tomás Vargas, Darío Samper, Arturo Camacho, Gerardo Valencia, Aurelio Arturo, Carlos Martín y Antonio Llanos. Fueron poetas de tono intimista a veces, creadores de hermosas figuras literarias, que ahondaron en la expresión de los sentimientos hacia la mujer y, desde luego, en el manejo de sutilezas verbales para expresar su admiración por el paisaje. De todos, Carranza fue el más universal en su temática. 

En la poética carranciana sobresalen varios tiempos literarios. De un lado, está el poeta romántico de “Azul de ti”, que elabora versos afortunados sobre la cadencia de unos pasos, sobre una boca almibarada, sobre una sonrisa de nácar o sobre el talle de una cintura. Temática que ya había manejado en “Sombra de las muchachas”, donde dice con una voz sentimental: “Olía a cielo, a ella, a poesía”. O donde se queja porque “un domingo sin ti, de ti perdido, es como un túnel de paredes grises, donde voy alumbrado por tu nombre”. De otro lado está el poeta que canta a la vida, que habla de soledades, que recuerda el aroma de una rosa, como lo hace en “Epístola mortal y otras soledades”. 

Andrés Holguín dijo que Carranza es “el más admirable caso de una vida consagrada, por entero, a la poesía“. Esto es cierto. Carranza vivió para la poesía. Hizo de ella un altar donde oficio como máximo sacerdote. En el prólogo a una antología de su obra, Fabio Lozano Simonelli dice que tenía una sensibilidad a flor de piel. Pocos como él han hecho poesía con tanta hondura sentimental, con tanta fuerza en las palabras. En Carranza campea la alegría. Esta es una constante. Sin embargo, tiene versos desolados, como esos donde se despide de sus sueños, de sus paisajes llaneros, donde parece esperar con resignación la hora definitiva. Carranza será, siempre, un referente poético de Colombia.

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