Por JOSE MIGUEL ALZATE
El pasado martes se cumplieron
cien años del nacimiento de Eduardo Carranza, el poeta símbolo de Piedra y
Cielo, el movimiento literario que, inspirado en Juan Ramón Jiménez, trajo a la
poesía colombiana un viento renovador. En efecto, el 23 de julio de 1913 nació
en Apiay, Meta, este poeta que, desde su primer libro, “Canciones para iniciar
una fiesta”, demostró poseer una voz despojada de atavismos retóricos,
auténtica en la concepción de la belleza literaria, innovadora desde el punto
de vista estético. Pues bien: el centenario del nacimiento de este inmenso poeta
propicia el espacio para hablar sobre su obra. Sobre todo ahora que, por esta
razón, el 2013 fue declarado como el Año Eduardo Carranza.
¿Por qué razón
trascendió tanto la voz de Eduardo Carranza? Esencialmente, por su calidad poética.
Además, porque fue el cantor insigne de la patria. Pero, sobre todo, por la
arquitectura melódica de sus versos. La suya fue una voz pura, auténtica, plena
de lirismo. Para cantar las bellezas naturales de Colombia, tenía brillo en las
metáforas. En este sentido, sus creaciones sorprenden por su exquisitez
metafórica. Hay originalidad en su lenguaje poético. Carranza no recurre a
vocablos arcaicos para expresar la belleza de su tierra, esta Colombia que llevó
en el alma. Lo que uno encuentra en sus versos es un lenguaje de alta creación
literaria. A sus poemas le son ajenos los lugares comunes.
Eduardo Carranza no
fue solo el cantor de los ríos y las llanuras, de los montes y las quebradas.
La exaltación de la mujer como depositaria de sus sueños fue una constante en
sus poemas. En “La sombra de las muchachas” aparece un artista que elabora su
poesía con los elementos creativos que le proporciona la mujer. Podría decirse
que fue un fiel discípulo de Gustavo Adolfo Becquer. Quizá por esto lo llamó
“venerable abuelo mío”. ¿Quién no recuerda ese “Teresa, en cuya frente el cielo
empieza/, como el aroma en la sien de la flor/. Teresa, la del suave desamor/ y
el arroyuelo azul en la cabeza?”. Carranza tuvo muy clara esta rima del
español: “Mientras exista una mujer hermosa, habrá poesía”.
Piedra y Cielo tuvo
una marcada influencia en la poesía colombiana. Eduardo Carranza fue la voz
mayor del grupo. A su alrededor, con el estímulo de Jorge Rojas, que dejó
huella con su obra teatral en verso “La doncella del agua”, crecieron
poéticamente bardos como Tomás Vargas, Darío Samper, Arturo Camacho, Gerardo
Valencia, Aurelio Arturo, Carlos Martín y Antonio Llanos. Fueron poetas de tono
intimista a veces, creadores de hermosas figuras literarias, que ahondaron en
la expresión de los sentimientos hacia la mujer y, desde luego, en el manejo de
sutilezas verbales para expresar su admiración por el paisaje. De todos, Carranza
fue el más universal en su temática.
En la poética
carranciana sobresalen varios tiempos literarios. De un lado, está el poeta romántico
de “Azul de ti”, que elabora versos afortunados sobre la cadencia de unos
pasos, sobre una boca almibarada, sobre una sonrisa de nácar o sobre el talle
de una cintura. Temática que ya había manejado en “Sombra de las muchachas”,
donde dice con una voz sentimental: “Olía a cielo, a ella, a poesía”. O donde
se queja porque “un domingo sin ti, de ti perdido, es como un túnel de paredes
grises, donde voy alumbrado por tu nombre”. De otro lado está el poeta que
canta a la vida, que habla de soledades, que recuerda el aroma de una rosa,
como lo hace en “Epístola mortal y otras soledades”.
Andrés Holguín dijo
que Carranza es “el más admirable caso de una vida consagrada, por entero, a la
poesía“. Esto es cierto. Carranza vivió para la poesía. Hizo de ella un altar
donde oficio como máximo sacerdote. En el prólogo a una antología de su obra,
Fabio Lozano Simonelli dice que tenía una sensibilidad a flor de piel. Pocos
como él han hecho poesía con tanta hondura sentimental, con tanta fuerza en las
palabras. En Carranza campea la alegría. Esta es una constante. Sin embargo,
tiene versos desolados, como esos donde se despide de sus sueños, de sus
paisajes llaneros, donde parece esperar con resignación la hora definitiva.
Carranza será, siempre, un referente poético de Colombia.
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