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sábado, 28 de noviembre de 2009

Manizales en la narrativa de Adalberto Agudelo Duque

Por JOSE MIGUEL ALZATE

Adalberto Agudelo Duque es, en narrativa, el escritor más importante que tiene Caldas. Un autor que ha obtenido reconocimiento a nivel internacional por la calidad de su trabajo literario. Pero, sobre todo, un escritor comprometido con su entorno. A Manizales le ha escrito sus mejores páginas. La mayoría de los cuentos incluidos en “Variaciones”, el libro que obtuvo en 1994 el Premio Nacional de Cuento Colcultura, están escritos sobre aspectos de la ciudad. El suyo es un trabajo que muestra no sólo su preocupación por la palabra sino, además, su interés por convertir a Manizales en el espacio geográfico de su obra como narrador.

Llama la atención en Adalberto Agudelo Duque su insistencia en hacer de Manizales esa Comala que inspiró las ficciones de Juan Rulfo. Es, sin duda alguna, el autor que más ha trabajado los temas de la ciudad. En su primera novela, “Suicidio por reflexión”, publicada en 1967, aparece la capital caldense como escenario de vida. Oscar Olivares, el personaje central, simboliza en su apellido el nombre de una quebrada que cruza con sus aguas turbias un sector deprimido. Pero el telón de fondo es Manizales. El paisaje urbano, con todos sus matices, aparece en las páginas de esta obra que enseña la miseria de esas gentes que habitan en los extramuros.

Ningún tema le ha sido ajeno a Adalberto Agudelo Duque para retratar con su prosa de finos destellos artísticos su ciudad. La forma cómo Fermín López arribó hasta un paraje del Cerro de San Cancio en la época de la colonización le sirve al autor para escribir un cuento donde recrea el pasado histórico de Manizales. Así lo dice en “La ciudad sumergida”: “Fermín oyó la quejumbre del carbonero al derrumbarse pero no tuvo tiempo de escuchar la protesta ronca y angustiada de los chamizos rotos ni de ver las mariposas brillando al sol. Al frente, en una ventana abierta de par en par, el paisaje se le entró por los ojos”.

El escritor debe conocer la ciudad para escribir sobre ella. Y Adalberto Agudelo Duque demuestra con su vasta obra narrativa que conoce como nadie a Manizales. Con su lenguaje elaborado la pinta, describe sus calles, hace poesía con sus atardeceres, dibuja su catedral, muestra su entorno humano, habla de sus amaneceres, recrea su historia. Por ejemplo, sobre su proceso de fundación dice: "En el comienzo fue la calle larga, larga: siguiendo el contorno y la cima de la colina aparecieron las viviendas, primero de esterilla y guadua, después de esterilla y cemento en la medida en que sueños y fracasos, esperanzas y éxitos se hicieron viejos en los viajantes de comercio".

Manizales es viento y agua en la prosa de Adalberto Agudelo Duque. Los personajes de sus cuentos parecen sacados de estas calles que el escritor conoce porque las ha caminado con su mirada de artista. Los hechos históricos que narra están ligados a la vida misma de Manizales. Como la protesta universitaria de los años setenta que describe en “Toque de Queda”, donde muestra ese inconformismo de los estudiantes que tiran piedra como expresión de su espíritu contestatario. En esta obra está la ciudad, tomada por la fuerza pública, que corre por las calles lanzando gases lacrimógenos. Aquí el Parque de Bolívar se convierte en escenario de una batalla librada a piedra limpia.

Adalberto Agudelo Duque ha tomado a Manizales como eje donde giran sus historias. Para él, la capital de Caldas tiene encanto literario. Lo enseña en “De rumba corrida”, la novela que obtuvo en 1998 el premio de la Sexta Bienal de Novela José Eustasio Rivera, cuando narra el encuentro de un médico joven con una mujer “petulante y hermosa, fría y calculadora”, que le permite visitarla en su casa del barrio Estrella. Para el autor, "A la ciudad se llega navegando la rosa de los vientos. Por cañadas y precipicios, por la loma de faldas y montañas, descorriendo el velo de las nubes o subiendo las raíces de truenos y relámpagos". ¿No es esta, acaso, una afortunada descripción de la ciudad?

En su último libro publicado, “Abajo, en la 31”, premio de novela Aniversario Ciudad de Pereira 2007, el novelista vuelve sobre esa preocupación temática de retratar con su prosa de vigorosa fuerza narrativa esta ciudad donde ha crecido como escritor. Caramanta, el espacio geográfico de la historia narrada, donde transcurre entre juegos de canicas la vida de Beto, el protagonista, es la capital de Caldas. Pero es esa Manizales de los años sesenta que no se había extendido tanto hacia sus cuatro puntos cardinales. Una ciudad donde todavía los niños jugaban a las escondidas, donde se elevaban cometas en las tardes soleadas de agosto, donde se escuchaba todavía el sonido de las campanas de la Catedral convocando a misa.

Casi todos los escritores caldenses han tomado a Manizales como referente literario. Eduardo García Aguilar, Octavio Escobar Giraldo, Orlando Mejía Rivera, Roberto Vélez Correa, Carlos Eduardo Marín, entre otros, han llevado a sus libros las calles de esta ciudad, sus monumentos históricos, sus personajes representativos, sus momentos de gloria. Pero es Adalberto Agudelo Duque, en nuestro concepto, quien mejor la ha interpretado. La fuerza narrativa de sus novelas logra comunicarle al lector cómo es la ciudad, de dónde viene su historia, qué elementos paisajísticos la adornan. El escritor pinta la ciudad en una prosa que en determinados momentos adquiere tonalidades poéticas. En síntesis, Manizales tiene en Agudelo Duque su novelista mayor.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Los cuentos de Fernando Soto Aparicio

Por JOSE MIGUEL ALZATE

Una constante en la obra narrativa de Fernando Soto Aparicio es su temática social. En todo cuanto escribe, el novelista boyacense refleja la realidad social de esta Colombia que le duele en el alma. Su trabajo literario está lleno de referencias a las clases marginadas. El obrero, el campesino, el educador, la prostituta, el idealista, el estudiante son personajes que se pasean por las páginas de sus libros con su fardo de nostalgias. Sus obras hacen siempre referencia al hombre sin futuro, al niño sin mañana, a la mujer que vende su cuerpo, al trabajador asalariado. Si Honorato de Balzac retrató en sus libros a la sociedad francesa de su época, Soto Aparicio ha retratado a quienes en los países de América Latina habitan los cinturones de miseria. Desde su primera novela, "Los Bienaventurados", ganadora en España del premio Nova Navis en 1960, la preocupación por los problemas de Colombia ha hecho de Fernando Soto Aparicio el novelista más comprometido socialmente. "La rebelión de las ratas", que fue su segunda novela, ganadora del premio Selecciones en Lengua Española en 1962, confirmó su interés por explorar en la realidad social de este continente de mestizos. Rudesindo Cristancho es el símbolo de la desesperanza.

En su libro de cuentos "Bendita sea tu pureza", publicado hace poco por Grijalbo, Fernando Soto Aparicio vuelve sobre un tema que le ha dado identidad a su trabajo narrativo. En esta obra se recogen treinta cuentos que se identifican entre sí por su persistente exposición de los problemas que en este momento vive Colombia. Todos los actores del conflicto armado que agobia al país están presentes en estos relatos breves que dejan en el lector la sensación de que cada día el problema se agudiza. Guerrilla, paramilitares, narcotráfico, delincuencia común, son temas que preocupan al escritor. En una prosa fluida, de gran aliento poético, elaborada con maestría, Soto Aparicio expone al lector facetas de esa violencia que está desangrando a Colombia. El desplazamiento forzado, los asesinatos selectivos, las masacres indiscriminadas son manifestaciones claras del alto grado de descomposición a que ha llegado el país. Los personajes de estos cuentos expresan en su lenguaje sencillo la angustia que los embarga al ver cómo asesinan a sus seres queridos. El abandono de sus parcelas llevando sin un horizonte claro a toda una familia es consecuencia de esa lucha fraticida por alcanzar la supremacía en las zonas de conflicto. Es la población campesina la que sufre en carne propia este desplazamiento.

Los personajes que Fernando Soto Aparicio recrea en "Bendita sea tu pureza" son seres humanos de carne y hueso, con sus angustias, con su miedo a cuestas, con su dolor de patria. Marquitos, el acordeonero que todas las mañanas se ubica en un punto estratégico de la ciudad para pedir unas monedas mientras toca el instrumento, es un hombre que ha perdido la vista porque fue testigo de una masacre cometida por los paramilitares. El Chato es un humilde payaso de circo que, al quebrarse la empresa donde trabajaba, debe emplearse como voceador callejero de un restaurante; un día cualquiera desea cambiar esa vida de privaciones; entonces decide marcharse para Miami en busca de nuevos horizontes. Pero como no tiene dinero para el pasaje debe hacerlo en el tren de aterrizaje de un avión. Sin embargo, no alcanza a llegar a su destino porque el frío de las alturas acaba con su vida. El Gringo Blacky, por su parte, es un narcotraficante que llega a un pueblo determinado en su avioneta particular para comprar la producción de hoja de coca. Con sus alforjas repletas de dólares y sus guardaespaldas armados hasta los dientes, humilla al productor. Pero aparece una mujer valiente que le dice la verdad sobre el consumo de alucinógenos, culpando a su país del problema que en ese sentido vive Colombia.

En este libro de cuentos Fernando Soto Aparicio nos muestra la cara amarga de esa Colombia que se debate en muchas guerras sin perder la esperanza. Los protagonistas de estos relatos son seres anónimos que se van "a morir de hambre a las ciudades", que se convencen de que "los ideales de la revolución se han quedado por el camino", que comprenden cuán dura es la existencia cuando se vive en medio del fuego cruzado de la violencia. El jugador de fútbol a quien el primer gol contra el arco contrario le cuesta la vida, el hombre humilde que compra un taxi para ganarse el sustento diario, el campesino que se deja embaucar por todo tipo de charlatanes, el estudiante que ve impotente cómo asesinan a toda su familia son seres humanos que protagonizan, sin proponérselo, los conflictos sociales que sacuden al país. Por todo lo aquí expuesto es que "Bendita sea tu pureza" se convierte en un libro revelador, que muestra la realidad del país en toda su dimensión, sin ocultar la verdad. Aquí Fernando Soto Aparicio vuelve por sus fueros de narrador con sentido social. Esta es una obra que despierta en el lector la conciencia crítica. Porque todo lo que el escritor narra sucede en la realidad. Es decir, no son simples ficciones.

"Danza de redención", de David Sánchez Juliao


Por JOSE MIGUEL ALZATE

Hace varios meses se encuentra en circulación la última novela publicada por David Sánchez Juliao, el escritor oriundo de Lorica. Se llama "Danza de redención". Editada por Grijalbo, es una novela que no obstante tener cerca de 450 páginas se lee con un interés creciente. No solo porque está escrita en un estilo narrativo sugerente, que invita a su lectura, sino porque conserva un ritmo sostenido, que no cansa al lector. A través de un narrador omnisciente manejado con maestría, Sánchez Juliao recrea en esta novela todo ese caudal anecdótico propio de la región caribe, con sus leyendas, con sus tradiciones, con sus costumbres.

En "Danza de redención" aparece, desde la primera línea, un narrador vigoroso, recursivo, fornido. Aquí se descubre la madurez intelectual alcanzada por Sánchez Juliao, su innata vocación de creador de ficciones, su superación literaria con relación a sus libros anteriores. Porque si bien es cierto que en "Pero sigo siendo el rey" y en "Mi sangre aunque plebeya" está la impronta de un escritor maduro, que maneja hábilmente las historias novelables, es más cierto todavía que en su última novela el escritor alcanza una mayor proyección de su arte narrativo. Es decir, en "Danza de redención" el estilo es más depurado, el lenguaje más fluido, la narración más trabajada.

La primera observación que la crítica puede hacerle a "Danza de redención" es que es una novela demasiado garciamarquiana en su concepción literaria. Es que la influencia estilística del autor de "Cien años de soledad" se presiente en toda la novela. Esta influencia, desde luego, no demerita el trabajo literario de Sánchez Juliao. Al contrario, solidifica su labor como novelista. Porque le permite demostrar que García Márquez no agotó totalmente la cantera temática de la región costeña. Y esa influencia se siente tanto en la forma como Sánchez Juliao narra las historias, como en la estructura de la novela, en la creación de los personajes, en el estilo narrativo mismo.

"Danza de redención" es, como "Cien años de soledad", una obra muy bien escrita, donde se rinde culto a la estética, con un innegable aire fantástico. Hasta en la misma elaboración de los períodos se nota ese pulimento garciamarquiano, ese denso trabajo de carpintería literaria. Hay momentos en que, tanto por el estilo como por la técnica, el fantasma de García Márquez parece recorrer la novela. Las frases alcanzan, a veces, un tono muy propio del escritor de Aracataca. Y hasta en los mismos diálogos se presiente esa fuerza arrolladora de su narrativa; son puntuales, concisos, elaborados con ingenio literario.

"Danza de redención" tiene como espacio geográfico el caribe colombiano. Por esta razón es una obra rica en vivencias, en leyendas, en anécdotas. Como se sabe, esta es una región rica en filones temáticos que permiten novelarse. Y Sánchez Juliao ha recogido esas costumbres para estructurar una novela de trascendencia. El vaso comunicante de toda la obra es la música popular de la Costa Atlántica. Esas canciones que han venido sonando generación tras generación le permiten al escritor recrear las leyendas. Es así como toma sus letras para insertarlas dentro del texto narrativo en una técnica que ya había experimentado en sus libros anteriores.

El resultado es una obra que rescata la tradición oral de la región costeña, expresada en su riqueza musical. La historia de cómo surgieron canciones que hoy toda la gente tararea se mezcla con la historia misma de una generación que encuentra en la música una forma práctica de expresar sus propios sentimientos. Simón Laza, uno de sus personajes, es el director de la Banda Municipal de San Fernando de Cumbé. A él lo identifica la pasión por la música. Y uno de sus hijos, Francisco Siete, hereda su talento artístico. Lo mismo ocurre con Enrique Diez, su primer hijo. Y más tarde con Crispín Ocho. Es decir, es una familia identificada con un mismo ideal: la música.

Esta novela de David Sánchez Juliao se inscribe dentro del realismo mágico. Porque las cosas que suceden en ese pueblo están llenas de fantasía. Como el hecho de que cuando Enrique Diez toca el acordeón las serpientes quedan encantadas. El tratamiento literario que en "Danza de redención" se le da a la transformación de un hombre en caimán rescata la historia de la conocida canción popular. Pero el escritor, con su fuerza narrativa, hace la leyenda verosímil. Sucede cuando Saúl Sánchez, que es despreciado por Micaela Cubillos, decide transformarse en caimán. Y es su mismo compadre, Simón Laza, quien le echa sobre el cuerpo los líquidos para lograrlo. Estos le habían sido entregados por unos indios que visitaron Cumbé.

En el pueblo todo el mundo sabe que el animal es Saúl Sánchez, transformado. Y la hija de Rosendo Cubillos, el dueño de la piragua, se compadece de él. Entonces inician un noviazgo que termina en matrimonio meses después, cuando el hombre vuelve a su estado normal. En "Danza de redención" hay mucha fantasía, como atrás quedó dicho. Pero, igualmente, en la novela campea un erotismo muy sutil, hábilmente manejado. "Danza de redención" es un libro para leer más de una vez. Y sobre el cual puede escribirse un ensayo de interpretación literaria más amplio. Porque es una novela que seguramente dará mucho de qué hablar. Es decir, no va a pasar inadvertida.

sábado, 21 de noviembre de 2009

"El viaje a la semilla", de Dasso saldívar

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Por JOSE MIGUEL ALZATE

Lo primero que llama la atención cuando se inicia la lectura del libro escrito por el antioqueño Dasso Saldívar sobre la obra literaria de Gabriel García Márquez es esa titánica labor de investigación que debió adelantar el biógrafo para estructurar su libro. Porque "El viaje a la semilla" es un recorrido muy ambicioso por los terrenos creativos del novelista de Aracataca, confrontando fechas, conociendo lugares, entrevistando familiares, hablando con amigos, reconstruyendo la infancia misma del autor de "Cien años de soledad". Para escribir este libro, Dasso Saldívar recorrió los territorios de la Guajira colombiana para descubrir así todos los secretos de la novela cumbre de García Márquez.

La forma cómo el escritor fue creando el ambiente mismo de Macondo nos lo narra Dasso Saldívar en un estilo literario que intercala hábilmente fechas y sucesos, en una prosa que tiene grandes connotaciones narrativas. La relación misma de los personajes de "Cien años de soledad" con la realidad histórica, el entorno geográfico que dio vida a la saga de los Buendías, la semilla misma de los personajes que trascienden en las páginas de sus libros, son hechos que Dasso Saldívar le cuenta a los lectores en una narración ligera, amena, bien estructurada.

"El viaje a la semilla", un libro que no obstante tener más de 600 páginas se lee con fruición desde la primera línea sin que el interés del lector decaiga un solo momento, es una obra que nos muestra al García Márquez de carne y hueso, al escritor fornido que exorciza sus fantasmas creativos con una imaginación fuera de lo común, al ser humano que está detrás de toda esa gloria literaria que hoy lo envuelve. Dasso Saldívar inicia su recorrido por el mundo fantástico de Macondo relatándonos aquel viaje famoso que García Márquez hizo a Aracataca, en compañía de su madre, en 1952, para vender la casa de la familia. Como lo diría el propio García Márquez muchos años después, este viaje sería definitivo para confirmar su vocación de escritor.

El regreso a su pueblo natal de García Márquez lo hicieron en tren, bañados por el calor insoportable de los vagones. Fue en este viaje donde el hoy consagrado novelista descubrió el nombre de Macondo. Aunque lo había visto varias veces en su niñez, escrito en una tabla sobre el portal de una hacienda bananera, solo en este viaje tuvo conciencia plena de que así debería llamarse el pueblo de esa novela que hacía varios años le daba vueltas en la cabeza. Este nombre despertaba en el escritor incipiente algunas resonancias poéticas. Así lo confirma Dasso Saldívar en su libro.

En "El viaje a la semilla" el lector asiste a un relato pormenorizado de la infancia, la juventud y la madurez creadora del hijo del telegrafista de Aracataca. Aquí Dasso Saldívar, con su olfato investigativo, se adentra en el árbol genealógico del escritor. Y nos narra cómo llegaron a Aracataca los antepasados de García Márquez, especialmente sus abuelos Nicolás Ricardo Márquez Mejía y Tranquilina Iguarán Cotes. Posteriormente nos relata cómo nació, en Barrancas, la madre del escritor, Luisa Santiaga Márquez Iguarán. De esta forma el autor nos va llevando, en una prosa que tiene mucho de creación literaria, hasta el momento mismo en que nace el hoy reconocido escritor.

Dasso Saldívar nos confirma, con la partida de bautismo, que García Márquez nació el 6 de marzo de 1927, y no en 1928, como se creía inicialmente. Pero el autor no se queda en estos simples relatos cronológicos. Va más allá, al fondo mismo de la semilla. Y nos habla de los antepasados del escritor, enmarcando la narración dentro del contexto histórico de la época. En este sentido, nos muestra cómo fue la Guerra de los mil días y la masacre de las bananeras, dos hitos históricos que marcarían al laureado novelista. En un relato ameno, sin atosigamientos, a veces lineal, Dasso Saldívar nos ubica en el tiempo de los acontecimientos.

La creación de los personajes que trascienden en todas las páginas de la obra Garciamarquiana es el aspecto más relevante en el libro de Dasso Saldívar. Porque, en este sentido, el autor no se queda en los simples bocetos literarios que le dan las personas entrevistadas para su trabajo. El investigador llega a las fuentes primigenias de la creación literaria de García Márquez. Y confronta hábilmente los testimonios obtenidos con las charlas mismas que sobre este aspecto sostiene con el escritor, y con varios de sus amigos de la infancia. Así nos va mostrando, como en una película, cómo surgieron de la imaginación de García Márquez el coronel Aureliano Buendía, Ursula Iguarán, Pietro Crespi, Remedios la bella, el coronel Gerineldo Márquez, Amaranta Ursula, Mauricio Babilonia, Pilar Ternera y Rebeca.

Dasso Saldívar traza paralelos afortunados entre estos personajes literarios y algunos miembros de la familia del escritor, para encontrar que ellos fueron inspirados en gentes de su entorno familiar. Lo mismo sucede cuando nos cuenta cómo fue la creación de determinadas escenas en "Cien años de soledad", la novela cumbre. El acto de levitación, por ejemplo. Aquí el autor nos confirma que este fue uno de los momentos más difíciles en la creación de la novela. Todo porque en el relato de este hecho García Márquez estaba en la obligación de hacer la historia verosímil. "El viaje a la semilla" es, por todas estas razones, una verdadera obra de consulta. Un libro que tiene un valor inmenso para los estudiosos de la obra Garcíamarquiana.

"La fiesta del chivo", de Mario Vargas Llosa


Por JOSE MIGUEL ALZATE

Cuando se pensaba que ya los novelistas latinoamericanos habían agotado el tema de los dictadores como personajes de sus obras, aparece este libro de Mario Vargas Llosa sobre Rafael Leonidas Trujillo, el dictador que gobernó a República Dominicana entre las décadas del treinta al sesenta. Ya autores como Gabriel García Márquez con "El otoño del patriarca", Augusto Roa Bastos con "Yo el supremo", Miguel Angel Asturias con "El señor presidente" y Alejo Carpentier con "El recurso del método" habían explorado la personalidad de los dictadores latinoamericanos. Lo habían hecho como tema de ficción, no como testimonio histórico. Cada escritor había tomado características de determinados dictadores para crear su personaje. Sin embargo, hasta el momento ninguno había estructurado una novela de carácter histórico, reconstruyendo todo el gobierno de un dictador. Solo ahora Mario Vargas Llosa, en "La fiesta del Chivo", intenta narrar todo cuanto ocurre al interior de un gobierno despótico. Esta es la primera impresión que el libro causa en el lector. No es una historia de ficción sino, al contrario, una novela de carácter histórico, con una estructura moderna, escrita en un estilo transparente.

La novela se inicia con el relato de un personaje femenino que regresa a República Dominicana después de 35 años de ausencia. Se llama Urania Cabral. Es la hija del Senador Agustín Cabral, incondicional de Trujillo. Había viajado a los Estados Unidos cuando apenas tenía 14 años, becada por las monjas del colegio donde estudiaba. Su viaje es precipitado por el abuso sexual que con ella cometió el dictador. Mujer inteligente, amante del estudio, rápidamente empieza a demostrar sus capacidades intelectuales. Esto la lleva a ingresar, becada, a la Universidad de Harvard. Una vez graduada con una tesis meritoria pasa a ocupar una importante posición en el Banco Mundial. Aunque desde el país del norte le envía cada mes a su padre el dinero necesario para su sostenimiento, nunca le contesta una carta ni le pasa al teléfono. Lo hace porque tuvo conocimiento de que éste, para congraciarse nuevamente con el dictador, se la entregó para que abusara de ella, aprovechando su debilidad por las niñas de su edad. Al regresar a su país lo encuentra enfermo, postrado en una cama, olvidado de sus amigos, convertido en un ser anónimo. Ella comienza a reprocharle su actitud con la dictadura. Pero no oculta el desprecio que por él siente.

En "La fiesta del Chivo" Mario Vargas Llosa hace una radiografía perfecta del dictador Rafael Leonidas Trujillo. En sus 518 páginas el lector se encuentra con un hombre que no obstante ser venerado por su pueblo inspira cierto temor entre sus más cercanos colaboradores. Todo porque no le importa recurrir a la violencia para perpetuarse en el poder. Es un gobernante que aplasta cualquier manifestación de inconformismo con la fuerza de las bayonetas. Quienes lo rodean son simples marionetas manejadas a su voluntad. Tanto que el mismo presidente Joaquín Balaguer es apenas una figura decorativa. En el país se hace lo que ordene Rafael Leonidas Trujillo. Y quien se atreva a contradecir sus órdenes recibe castigo. Pero también premia magnánimamente a sus obsecuentes servidores. Es así como nombra Coronel de las Fuerzas Armadas a Johnny Abbes García, un oscuro criminal que cumple la tarea de asesinar a quienes disienten del régimen. Igual hace con sus hijos Ramfis y Radhamés, no obstante ser hombres apocados. Inclusive a su mujer, María Martínez, la hace llamar "La prestante dama", llegando al colmo de pedirle a un destacado intelectual escribir un libro para publicarlo con la firma de ella, haciéndola aparecer ante sus gobernados como una mujer inteligente.

En esta novela Mario Vargas Llosa alcanza una nueva dimensión de su arte narrativo. Aquí aparece un novelista que recrea con mano maestra los sucesos que rodearon la muerte del dictador. En esos capítulos donde el escritor narra los pormenores del atentado que acabó con su vida está la vena de un novelista maduro, que sin necesidad de ser truculento logra momentos de gran tensión. El final de la obra muestra cómo Urania Cabral se convierte en el hilo comunicante de la narración. En ese relato que el personaje narrador le hace a su tía sobre la forma cómo el dictador abusó de ella está la expresión sentida del por qué de su odio hacia el padre. Lo mismo puede argumentarse sobre el final que en la novela tiene la familia del déspota. La muerte de su hijo Ramfis en un accidente automovilístico en Madrid recuerda el triste final que tuvo, a manos de los hombres del dictador, el Ministro de Trabajo Ramón Marrero Aristy. Radhamés, inclusive, aparece asesinado en Panamá por los carteles colombianos de la droga. La frase "El que a hierro mata, a hierro muere", que pronuncia uno de los personajes de la novela cuando se entera de estas muertes, tiene aquí un sentido premonitorio. Es que los hijos del dictador fueron los mayores torturadores del régimen.

Con "La fiesta del Chivo" Mario Vargas Llosa ingresa con honores al género de la novela histórica. Porque este es un libro que reconstruye los pormenores de un gobierno que en determinado momento sembró el terror entre los dominicanos. Rafael Leonidas Trujillo, que se hacía llamar "Su Excelencia", no solamente manejó el país como si fuera una hacienda de su propiedad, sino que dispuso de honras y bienes a su antojo. El novelista hace un retrato exacto sobre la personalidad del dictador, con sus debilidades, sus excentricidades, su apego al poder. Desde luego, Vargas Llosa recrea su historia con hechos producto de su imaginación. Pero éstos son insignificantes frente al trabajo de investigación realizado por el escritor para estructurar la novela. Las sanciones económicas impuestas por la OEA, el aislamiento internacional, la amenaza de una invasión norteamericana, la caida de las reservas internacionales, no preocupan tanto a Trujillo como el problema de incontinencia que sufre. Para él es más grave verse manchado el pantalón con su propia orina que restablecer la democracia. Los privilegios de sus más cercanos colaboradores son una manera de comprar su complicidad para continuar manejando el país sin el más mínimo respeto por la vida ajena.

Esta novela de Mario Vargas Llosa atrapa al lector desde la primera línea. Magistralmente escrita, la obra en ningún momento cansa. Al contrario, a medida que se avanza en su lectura el interés por saber qué pasa con los diferentes personajes mantiene la mente en calistenia. De otro lado, el atentado contra el dictador cuando se desplaza desde San Cristobal hasta Ciudad Trujillo está narrado con verismo. Hay en este capítulo mucho de novela policiaca. La gran ironía de la novela la constituye el hecho de que el dictador no puede consumar el acto sexual con la hermosa Urania Cabral. Todo porque a sus setenta años ya sufre disfunción erectil. Además, el proceso de transición a la democracia, que es liderado por el propio Joaquín Balaguer después del asesinato de Trujillo, demuestra que el Presidente títere no era un ser tan insignificante. Su discurso ante las Naciones Unidas muestra a un Estadista que estuvo opacado por el temor hacia el Generalísimo. La forma cómo el mandatario logra convencer a la familia de Trujillo para que salgan del país comprueba que es un hombre inteligente. Aunque "La fiesta del Chivo" no tiene la exuberancia literaria que caracteriza a "El otoño del patriarca", de Gabriel García Márquez, es una novela que permanecerá como obra bien acabada.

El manejo del tiempo cronológico es una de las novedades que presenta Mario Vargas Llosa en "La fiesta del Chivo". Acostumbrado a narrar sus historias en presente, en esta novela el autor intercala dos tiempos a la vez. Por un lado, los personajes están hablando sobre lo que sucede en ese momento: presente. Pero en el mismo párrafo vuelve la narración varios años atrás, para darle solidez a los parlamentos: pasado. Esta técnica le da verosimilitud al relato, porque ubica al lector en el hecho que los dialogantes están recordando, permitiéndole conocer el antecedente de lo que sucede en el momento. Por ejemplo, en el relato que Urania Cabral le hace a su tía Adelina sobre cómo sucedieron las cosas ese día para ella trágico, el narrador vuelve sobre el momento de los hechos para mostrar al lector la forma como el dictador la llevó hasta su alcoba, engañada por el embajador Manuel Alfonso, que era el responsable de buscarle a "Su excelencia" muchachitas tiernas para desahogar sus pasiones. Este recurso también lo utiliza el novelista cuando habla del General José René Román. Ocurre en el momento en que éste es torturado por su participación en el asesinato de Trujillo. Para darle consistencia a la historia el narrador intercala sucesos anteriores a su ascenso al grado que ahora ostenta.

La transición de la dictadura hacia un sistema democrático es uno de los pasajes mejor manejados de esta novela. Vargas Llosa comprueba aquí porque es considerado un acertado analista político. Todos los elementos que confluyen para que se dé el cambio los maneja el novelista con un conocimiento sorprendente. Cinco semanas después de la muerte de Rafael Leonidas Trujillo ya Joaquín Balaguer tiene todo a su favor para ejercer como Presidente. Por un lado, ha logrado el exilio de la familia del dictador. Por el otro, tiene el respaldo de los Estados Unidos. Asimismo, el pueblo está alborozado por el retorno a la democracia. Finalmente, las sanciones económicas han sido levantadas. Inclusive, logra algo que parecía imposible: someter al Coronel Johnny Abbes García, nombrándolo Cónsul en un país lejano. Esto le permite a Balaguer consolidar su proyecto de gobierno. Tanto que logra el ascenso a Generales de tres estrellas de Antonio Imbert y Luis Amiama, los dos únicos sobrevivientes del grupo de conspiradores que dio muerte al generalísimo. Estos son recibidos en el Palacio Nacional como verdaderos héroes. Y de ser un Presidente pelele, como lo llama Vargas Llosa, Joaquín Balaguer pasa a convertirse en un auténtico Jefe de Estado.

La novela "Risaralda": ¿un canto a la raza?


Por JOSE MIGUEL ALZATE

INTRODUCCION

Debo confesar que llegué tarde a la lectura de la novela "Risaralda", de Bernardo Arias Trujillo, la obra más representativa que en este género se ha escrito en el departamento de Caldas. Todo porque pensaba que era una obra un poco arcaica, escrita en un lenguaje que no me seducía, ajena a la novelística moderna, sin técnicas literarias innovadoras, con una narrativa poco convincente. Las veces que tomé en mis manos el libro no me interesé en leerlo hasta su última página. Simplemente lo hojeaba. De pronto no encontraba allí un narrador fornido, que me invitara a pasar de sus primeras páginas. Me parecía además una novela lineal, sin aportes novedosos en su estructura, pletórica de lirismo. En consecuencia, muchas veces aplacé su lectura para internarme más bien en autores latinoamericanos que venían explorando en nuevas formas de novelar, que le estaban dando un nuevo aire al lenguaje literario, que estaban haciendo aportes válidos a la literatura de este continente. Así las cosas, la primera lectura de "Risaralda" la hice hace apenas ocho años. Entonces no me entusiasmó mucho. Pero después de leer el libro "Bernardo Arias Trujillo, el escritor", de Roberto Vélez Correa, me he interesado en esta novela que, justo es decirlo, debe ser revaluada por la crítica.

EL PAISAJE COMO ELEMENTO

Lo primero que el lector encuentra en "Risaralda" es la incorporación del paisaje como creación literaria. Arias Trujillo pinta con la paleta de las palabras ese elemento natural que circunda al poblado. Sopinga es un valle bucólico arrullado por las aguas del río Cauca. Pero el espacio geográfico de la novela se extiende más allá de sus contornos para ofrecer una postal de un paisaje que en la prosa de Arias Trujillo adquiere tonalidades artísticas. Las descripciones que el escritor hace de su vegetación son pinceladas bien logradas de una naturaleza exuberante. Tal parece que el autor se emociona ante el espectáculo que le brinda una región rica en recursos naturales, donde la mañana despliega "sus plumas de colores en arcos luminosos". Arboles frondosos, verdes praderas, colinas lejanas, pájaros que cantan en la mañana, montañas que se divisan en lontananza, písamos que florecen en los caminos, aguas que corren silenciosas por las quebradas, vientos que soplan en las tardes soleadas son todos elementos naturales que le dan a la novela una identidad propia, llenándola de un aire paisajístico que le imprime autenticidad. La hacienda Portobelo es un complemento de ese paisaje que en la prosa de Arias Trujillo se hace poesía.

LOS PERSONAJES

Cuatro son los personajes que trascienden en la páginas de "Risaralda": Pacha Durán, Francisco Jaramillo Ochoa, Juan Manuel Vallejo y Carmelita Durán. Ellos son la columna vertebral de la novela. A su alrededor giran todas las historias que el escritor narra. Pacha Durán es una negra portentosa que establece en Sopinga una fonda donde los negros rumbean cada semana. Con el ánimo de casar a su hija con un blanco, la mantiene alejada de las actividades de su negocio. Francisco Jaramillo Ochoa es el gran patriarca que llega de Manizales para someter a los negros en su tarea de colonización. Es el fundador del pueblo. Juan Manuel Vallejo, por su parte, es el aventurero "echao pa' lante" que huyendo de un castigo de su padre se dedica a recorrer el país hasta que, deseoso de regresar a su tierra, llega a Sopinga en busca de trabajo. Es un vaquero pretensioso que deja en cada pueblo una mujer enamorada. Carmelita Durán, de otro lado, es la hija de Pacha Durán que todos los negros quieren enamorar. Es una mujer hermosa. Pero la madre solo quiere que se fije en un blanco. Al final termina prendada de Juan Manuel Vallejo quien, en una tarde de pasión, la deja embarazada. A través de estos cuatro personajes principales se narra la historia de un pueblo que termina arrasado por un vendaval que se desata en una tarde de invierno.

UN CANTO A LA RAZA

"Risaralda" es un canto emocionado a la raza. Las costumbres que identifican a los pueblos de estirpe antioqueña tienen en esta novela una expresión artística. El hombre valiente que desafía a quien "le pisa el poncho", el cuatrero que hace de su vida una verdadera leyenda, el juego de dados sobre una ruana extendida en cualquier manga, el tiple que desgrana tonadas campesinas en una noche llena de luceros, el aguardiente que se prepara en rústicos alambiques son elementos que muestran la autenticidad de una raza. Bernardo Arias Trujillo construyó su novela con los temas de su tierra nutricia. Nada falta aquí que identifique a una raza emprendedora que derrumbó montañas para levantar pueblos. La fundación misma de Sopinga por el patriarca Francisco Jaramillo Ochoa es aquí una evocación auténtica de ese carácter emprendedor que caracteriza a la raza antioqueña. Las églogas inspiradas que el autor escribe sobre el bambuco, la guitarra, la ruana, el aguardiente, el machete, el poncho son la descripción exacta de lo que significan esos elementos que identifican a toda la región de la antigua Antioquia grande. Los sucesos mismos que narra la novela, como la vida del vaquero, una corrida de toros, los encuentros amorosos, la pasión por el trabajo, el gusto por el aguardiente, tienen aquí un sentido de pertenencia. Es decir, son la expresión de unas tradiciones que tienen carácter regional.

LENGUAJE LITERARIO

En "Risaralda" la construcción de las frases presenta unos arquetipos especiales. A veces el sujeto está primero que el sustantivo. Además, en ocasiones los párrafos son demasiado cortos, quitándole ritmo a la narración. Aunque el estilo de la novela es demasiado grecolatino su lenguaje es regional. Como bien lo anota Silvio Villegas, en su obra Bernardo Arias Trujillo rinde culto a las expresiones costumbristas de la zona donde transcurre la historia novelada. Sin embargo, la influencia del movimiento grecocaldense se presiente no solo en el estilo grandilocuente de determinados párrafos sino en los mismos símiles que utiliza con frecuencia en el texto. No obstante imperar en los diálogos el habla popular de la región, con su propia jerga, con sus dichos, con su coplas campesinas, el libro tiene segmentos que permiten una valoración artística del lenguaje narrativo. Veamos, como ejemplo, estas líneas: "Pachita Durán, mujerona negra, diosa invicta de maduras carnes atardecidas ya por el labrantío de los años, fuente inagotable y abierta de amor libre". O esta frase, refiriéndose a La Canchelo: "Morena eres porque el sol te besó, y codiciable como fruta en sazón, pues que tus carnes dan miel de caña y olor de trapiche criollo, y toda tú tienes el perfume afrodisíaco de las leonas del desierto". Este es un lenguaje que ya poco se utiliza en la novela moderna. Es un idioma sutil para cantar la belleza de la mujer. Arias Trujillo alcanza en determinados pasajes momentos de gran fuerza expresiva.

EL NARRADOR

En las dos citas anteriores queda demostrado que Arias Trujillo manejaba un estilo literario que con el tiempo recibió el calificativo de grecocaldense. Es decir, tiene líneas impregnadas de poesía. En esos párrafos se advierte que la estructura de la novela tiene una leve influencia de "La Vorágine", de José Eustacio Rivera. Sin embargo, es necesario analizar el lenguaje que alimenta toda la novela para encontrar sus potencialidades narrativas. Veamos estos ejemplos: "Asestó un machetazo perfecto, matemático, preciso, sobre el pescuezo del adversario. Le rebanó la cabezota con la sabiduría de una guillotina". Y este otro: "Amaba la vida vagabunda, las mujeres frescas, las negras de bronce, el anís puro, los tiples bien sonoros y las noches de luna. Dábase airecillos de conquistador, y atribuía sus triunfos al mechón negro que le caía sobre la frente y a su sonrisa fotogénica donde relampagueaba un casquete de oro". Hay aquí un narrador maduro, que relata las escenas con patetismo, sin caer en excesos verbales. La plasticidad que logra en sus descripciones le permite a Arias Trujillo hacer malabarismos con la magia de las palabras. En síntesis, maneja un lenguaje plano, despojado de adjetivos, donde el narrador muestra sus excelencias literarias. En los segmentos puramente narrativos despoja su estilo de los alambiques literarios que adornan su prosa poética.

EL ARGUMENTO

La capacidad imaginativa de Arias Trujillo se advierte en el argumento de "Risaralda". No obstante que los primeros capítulos no contienen mucha creación en este sentido, es más cierto todavía que en sus capítulos finales aparece la garra de un novelista maduro que juega con el argumento, logrando entretener al lector. La forma cómo el escritor narra el desespero de Juan Manuel Vallejo por conocer a La Canchelo, el enfrentamiento con Víctor Malo, su muerte atrapado por un árbol, muestran a un autor que sabe manejar el suspenso. Desde páginas anteriores el lector se imagina que los hechos posteriormente narrados van a suceder. El escritor lo va conduciendo paso a paso, deliberadamente, por los antecedentes. Es lo que sucede cuando comienza a narrar la empresa que acomete el comisario Pedro Juan Ramírez para lograr la captura de Víctor Malo. Aquí la gran ironía de la novela es que éste es asesinado por el bandolero sin tener tiempo para defenderse. Lo que sí parece inusitado en "Risaralda" es el diluvio que arrasa con Sopinga. La lucha de los negros por salvar sus pertenencias, de los animales por ponerse a salvo de la avalancha, de los patronos por no ser arrastrados por la corriente de lodo, deja en el lector la sensación de que fue un truco de último momento utilizado por el novelista para darle un remate cinematográfico a la obra.

VALORACION LITERARIA

La primera edición de "Risaralda" fue realizada por la editorial Zapata de Manizales en 1935. Cuando se publicó, Bernardo Arias Trujillo contaba apenas con 32 años de edad. Del cotejo de estas fechas se desprende que en el escritor nacido en el municipio de Manzanares el 19 de noviembre de 1903 había un talento literario innato. El alborozo con que en su tiempo fue recibida la novela por la crítica comprueba además que se estaba frente a un autor que a temprana edad lograba una obra de trascendencia literaria. Incluso, una carta fechada en Medellín el 14 de agosto de 1936, firmada por Tomás Carrasquilla, aplaude la aparición del libro. Fallecido a causa de una sobredosis de barbitúricos el 3 de marzo de 1938, Bernardo Arias Trujillo legó a la posteridad una obra que hoy, 75 años después de su publicación, tiene vigencia literaria. Su nombre seguirá siendo una referencia obligada cuando se hable de literatura colombiana. Porque en "Risaralda" afloran los provincialismos propios de regiones como Antioquia y el Valle del Cauca, además del habla popular de los negros. La estética de los modernistas influyó en su obra con la misma fuerza con que la vida de Oscar Wilde influyó en su comportamiento personal. Por algo realizó una de las mejores traducciones de "La balada de la cárcel de Reading", del escritor Irlandés.

"Ráfagas de silencio", una novela con sabor a selva

Por JOSE MIGUEL ALZATE

Desde el epígrafe: “¡Oh selva, esposa del silencio, madre de la soledad y de la neblina!”, una frase de José Eustasio Rivera en “La Vorágine”, hasta el capítulo final donde el narrador dice: “He vuelto a la selva a escribir la historia del barro”, “Ráfagas de silencio”, de Gustavo Páez Escobar, es una novela con sabor a selva, con aroma a tierra mojada, con olor a naturaleza. Internarse en sus páginas es descubrir ese mundo inhóspito donde los indígenas conviven con los animales, es llenarse los pulmones de ese aire incontaminado que se respira en esas tierras, es ver pasar ante los ojos ese mundo donde sopla a todo momento un viento húmedo que acaricia los árboles.

Guaraná es el nombre del pueblo donde transcurren las historias que narra, en una prosa exultante, Gustavo Páez Escobar. Allí viven seres desesperanzados, mujeres fieles a sus costumbres indígenas, hombres que no conocen el miedo. Es un pueblo con una calle larga cubierta de barro, donde llueve casi a toda hora, con un aeropuerto a donde la gente va los domingos para ver aterrizar el avión. Esta es su forma de matar el tedio. Van, entre otros, el sacerdote que rige los destinos espirituales de la población, el militar que comanda el puesto que el ejército ha establecido para combatir a la insurgencia, el médico que dirige un hospital donde faltan elementos quirúrgicos para garantizar un buen servicio a los pacientes.

Un personaje narrador le enseña al lector ese ambiente oscuro donde tratan de sobrevivir, sembrando mata de coca, los indígenas. Ese narrador, Vicente Lizcano, es un hombre que 34 años después de haberse ido de Guaraná, un día regresa para recuperar la memoria perdida de ese pueblo donde conoció a Emilio Soto, un médico idealista que se hace guerrillero. Cuando llega, se sorprende al ver que Magdaleno Galarza, un hombre sin escrúpulos, conocido como Barrabas, que antes fuera el carcelero, es quien rige los destinos del poblado. Su sorpresa es grande cuando descubre que, como alcalde, le hizo levantar una estatua, en la plaza, a Fidolo Petri, el narcotraficante violador de mujeres que asesinaba a los indios para apoderarse de sus tierras.

En “Ráfagas de silencio”, de Gustavo Páez Escobar, el hilo narrativo maneja tres personajes enamorados de la selva: el médico Emilio Soto, el contrabandista Fidolo Petri y Vicente Lizcano, el intelectual que llega a Guaraná como nuevo gerente del banco. Alrededor de sus historias giran personajes secundarios que, sin embargo, tienen una presencia vívida en la narración. Ellos son: Severino Moravia, el sacerdote de origen italiano que llega al pueblo para entregarse al servicio de Dios después de haber sido un aventurero concupiscente. Y Emilio Yuma, el cacique que promueve una asonada en la cárcel para que los internos escapen llevando el cuerpo sin vida del guardia que asesinaron minutos antes.

Tres personajes femeninos le proporcionan a la novela connotaciones eróticas: la francesa Brigitte, que deslumbra con su sensualidad. Y Anabel y Zulema, hijas del cacique Alirio Yuma, que se enamoran del médico y del banquero. Anabel, hermosa y apasionada, se convierte en la compañera de lucha del médico cuando este forma con un grupo de indios el movimiento guerrillero que una madrugada ataca la cárcel para liberar al padre de las muchachas, encarcelado injustamente. Zulema, por su parte, provocadora y ardiente, queda embarazada de Vicente Lizcano. Pero no acepta irse con él a la ciudad porque piensa que la familia de un blanco jamás aceptaría como esposa a una indígena.

Fidolo Petri es un hombre sin principios morales. Inmensamente rico, su fortuna la hizo de forma ilícita. Y hace ostentación de su riqueza ante los demás. Tiene el alma negra. Atropella a los nativos, les arrebata sus tierras, los somete a su voluntad. Viola a las mujeres bonitas, incendia los sembrados de quienes se atreven a enfrentarlo y recurre a la violencia contra los indios que se interponen en su camino. Así lo hizo con Pablo Cari cuando quiso vengar la violación de su hija. El indio es detenido por la policía. Amarrado al tronco de un árbol ve, impotente, cómo queman su rancho y, ante sus ojos, violan a su mujer. Los agentes actuaron por orden de Petri para cobrarle la osadía de enfrentarlo.

Con una estructura lineal, “Ráfagas de silencio” es una novela escrita con pasión literaria. Minuciosa en la descripción de la selva, con diálogos bien manejados, logra impactar al lector con un argumento pleno de verismo. Sobre todo porque al final los malos reciben su castigo. Como le sucede a Fidolo Petri. Este encuentra la muerte una tarde en que viaja solo por el río, conduciendo él mismo su chalupa voladora. Mientras varios indios salen a su encuentro en rústicas canoas para matarlo, desde las riberas su antiguo conductor le dispara para cobrarle la violación de su esposa. Su muerte obedeció a un acto supremo de justicia por parte de quienes sufrieron su maldad. Pagó así todos los atropellos cometidos contra los indígenas.

¿Por qué “Ráfagas de silencio” es una novela con sabor a selva? Porque la descripción de los paisajes le enseña al lector cómo es esa tierra inhóspita donde crecen árboles exóticos. Gustavo Páez Escobar logra pintar con palabras la exuberancia de una zona donde brota una naturaleza alegre. Toda la variedad animal que caracteriza la selva está en las páginas de este libro. También la diversidad de la flora, las costumbres ancestrales de los indios y el peligro que representan para el hombre algunos animales que la habitan. En la novela aparecen los mosquitos, las culebras, los insectos, las pirañas, los zancudos, las lagartijas y los caimanes que le dan identidad a la selva.

¿Hay ficción en esta novela de Gustavo Páez Escobar? Por los hechos que narra, podría pensarse que no. Sobre todo porque todo lo que sucede en la novela ocurre en Colombia. Pero sí la hay. Fidolo Petri es creación literaria. Sin embargo, parece extraído de la realidad. Tiene semejanza, en su actuar, con cualquier jefe paramilitar. Lo que no ocurre con el médico. Emilio Soto sí existió. Es Tulio Bayer, el médico manizaleño que se hizo guerrillero, y que murió en París el 27 de junio de 1982. Un profesional con conciencia crítica que luchó por lograr reivindicaciones sociales para las clases menos favorecidas. En esta novela Páez Escobar le rinde homenaje al amigo que conoció cuando fue gerente de un banco en el Putumayo. Por esta misma razón, el personaje narrador, Vicente Lizcano, puede ser el autor del libro.

Se descubre en esta novela de Gustavo Páez Escobar la influencia de “La Vorágine”, de José Eustasio Rivera. Miremos por qué. En su actitud violenta, Fidolo Petri tiene parecido a Barrera, un hombre sin escrúpulos, mezcla de ladrón y asesino, que en la obra de Rivera explota a los caucheros. La historia de amor entre Vicente Lizcano y Zulema trae a la memoria, inmediatamente, el idilio entre Arturo Cova y Alicia, narrado en primera persona. En “la Vorágine” Barrera muere cuando es atacado por cientos de animales que consumieron sus carnes en cuestión de minutos, después de una dura pelea con Arturo Cova. En “Ráfagas de silencio” Fidolo Petri muere también en forma trágica, asesinado por su antiguo empleado.

Esa influencia de “La Vorágine” se nota también en el estilo literario. Después de leer “Ráfagas de silencio” queda la sensación de que Gustavo Páez Escobar tuvo la novela de Rivera como un modelo literario para narrar sus historias. En la descripción de esa manigua verde que atrapa a los personajes campea el estilo riveriano. Además, como José Eustasio, Páez Escobar tiene momentos de gran lirismo. Mírese, por ejemplo, este párrafo: “Ya no existes, Zulema. Te has evaporado, te has convertido en silencio y leyenda. Has vuelto a tu barro primigenio. ¡Zulema, Zulema!, clama mi voz, y el eco del monte me devuelve tu nombre: ¡Zulema, Zulema!” En “La Vorágine” existen pasajes de este tipo que impregnan de poesía la novela.

No se puede negar que esta obra de Gustavo Páez Escobar está inspirada en la realidad social colombiana. Como país capitalista, en Colombia siempre han existido los explotados y los explotadores. Este aspecto lo simboliza el autor con Fidolo Petri, que es el explotador, y los indios que le sirven, que son los explotados. Pero la denuncia no se queda ahí. En “Ráfagas de silencio” también se cuestiona el manejo del poder, la corrupción administrativa, el olvido del Estado. En este sentido, el alcalde de Guaraná es apenas un mandadero del narcotraficante. De la misma forma, este ejerce un poder corruptor frente a la autoridad. Y, finalmente, el médico Emilio Soto pregona que debe existir justicia social. El suyo es un alegato contra la miseria.

Mucho puede escribirse sobre esta novela que sacude al lector por su crudeza al revelar los excesos tanto de los poderosos como de las autoridades policiales que se venden por unos cuantos pesos. Además tiene otra veta temática importante. Es el referente a la vida sacerdotal. El padre Severino Moravia, que se toma sus aguardientes en la tienda del pueblo, termina haciendo vida marital con Sor Griselda, una monja hermosa que llega al pueblo para cumplir el servicio social. Los dos se enamoran, y ante la imposibilidad de detener esa llama que les quema el corazón, deciden colgar los hábitos e irse a vivir su amor en otro lugar, lejos de Guaraná. Digámoslo en pocas palabras: “Ráfagas de silencio” es, por su calidad literaria, una excelente novela.