Por JOSE MIGUEL
ALZATE
El próximo 24 de
julio se cumplen cien años del nacimiento del maestro Ovidio Rincón Peláez, el
prosista que dejó la impronta de su sensibilidad artística en cientos de
artículos donde habla sobre el espacio de su infancia. Para conmemorar esta
fecha, el Municipio de Risaralda publicó el libro “Ovidio Rincón Peláez, el
poeta de la aldea”, una obra donde el historiador Fabio Vélez Correa recopiló
casi todo lo que se escribió sobre este periodista doblado de poeta que dejó
huella en el periodismo caldense por la versatilidad de su pluma. Se recogen en
esas páginas, además, las mejores columnas que sobre Risaralda escribió este
prosista de fina inspiración que hizo del lenguaje una herramienta para exaltar
las bellezas de su pueblo.
El maestro Ovidio
Rincón Peláez vino al mundo el 24 de julio de 1915, en el Municipio de Anserma.
Pero a los pocos meses de nacido, sus padres se trasladaron a vivir a
Risaralda, una población separada por escasos 30 kilómetros del pueblo que
fundara el Mariscal Jorge Robledo el 15 de agosto de 1539. Es decir, su
infancia y su juventud las vivió en Risaralda. Por esta razón, el maestro
siempre se sintió risaraldita. Y fue a este pueblo del occidente caldense al que
dedicó las mejores páginas para hablar de sus costumbres, de sus gentes, de sus
paisajes. Siempre tuvo la convicción de que uno es no de donde nace sino de
donde crece. Ese amor por el pueblo de su infancia lo convirtió, tal vez sin él
quererlo, en el prosista por excelencia de la aldea.
¿Qué significa ser el
prosista por excelencia de la aldea? Es sencillo de explicar. Quien escribe
sobre las bellezas de su pueblo, exaltando siempre su paisaje, hablando de sus
gentes, rescatando los olores de la tierra, recogiendo en su prosa las cosas
sencillas que le dan identidad, como lo hace Ovidio Rincón Peláez, tiene el
alma cosida a esa naturaleza que canta con un lenguaje exultante. Y el alma, y
el corazón, y los sentidos, y la voz y la mirada del maestro Ovidio Rincón
Peláez estuvieron siempre aferradas al paisaje de la infancia, a ese Risaralda
que dejó en su mente recuerdos que revive en cada página escrita con el dolor
de la ausencia. Sobre ese espacio geográfico donde se hicieron realidad sus
sueños logró este periodista-escritor páginas de exquisita belleza.
¿Quién fue este
Ovidio Rincón Peláez que despierta el interés de un pueblo por rescatar su
nombre para la historia? Se los voy a decir con palabras de Hernando Giraldo,
el periodista de Neira que durante muchos años escribió en El Espectador la
famosa Columna Libre: “Si para la mayoría de nosotros constituye un honor ser
periodista, para el periodismo colombiano es un honor contar entre sus miembros
más esclarecidos a Ovidio Rincón Peláez”. En esta frase se encierra lo que
significó en el periodismo este hombre sencillo, sin ínfulas de grandeza,
generoso y humilde como el que más. El hijo de Risaralda fue uno de los
periodistas más completos que ha tenido Colombia. Un hombre que con la misma
facilidad con que redactaba una noticia económica escribía un editorial o una
glosa literaria.
El maestro Ovidio
Rincón Peláez fue un escritor que buscó en las canteras del idioma las palabras
precisas para describir en un lenguaje pleno de poesía la aldea de sus sueños.
A esa Risaralda que ejerció en su trabajo literario una enorme influencia como
inspiradora de artículos donde fluye el sentimiento por la tierra nativa le
dedicó las mejores páginas. Las calles por donde corrían los niños detrás de una
pelota, las ventanas que se asoman coquetas detrás de los balcones de
chambranas, la lluvia que caía en las mañanas bañando los jardines, las mulas
que llegaban desde las fincas trayendo el café recién secado son elementos
naturales que le proporcionan a la descripción del paisaje un sabor a pintura
primitivista.
Adel López Gómez
escribió alguna vez que la prosa de Ovidio Rincón Peláez está hecha de
sutilezas y adivinaciones. Y tenía razón. Porque en la exaltación que en su
prosa hace de su pueblo aparecen de pronto, como parte integrante del paisaje, el
silbido del viento que baja de la montaña, el rumor del agua que corre
cristalina por la quebrada y el sonido metálico de las campanas cuando convocan
a misa. Estas cosas simples están
adheridas a la vida cotidiana de la aldea, como lo están la sonrisa de los
niños que juegan en los parques, la mirada de los ancianos que rumian sus
nostalgias sentados en una banca y la belleza de las muchachas que con sus
uniformes caminan hacia el colegio. La de Ovidio Rincón Peláez es, en síntesis,
una prosa de fina urdimbre, ligera y clara como el agua que brota de un
manantial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario