Por JOSE MIGUEL
ALZATE
Por estos días se
están cumpliendo cuarenta años de haber sido publicada la primera novela
escrita por Gabriel García Márquez después de “Cien años de soledad”, la novela
que lo catapultó como fabulador. En efecto, en junio de 1975, en medio de una
creciente expectativa, apareció en las vitrinas de las librerías de varios
países de habla hispana “El otoño del patriarca”. Su aparición estuvo precedida
de comentarios escritos por amigos cercanos al novelista, donde destacaban la novedad
en la estructura y en su lenguaje oceánico. Narra la historia de un dictador
caribeño que no obstante haber nacido en la pobreza se convierte en un hombre
con poder. García Márquez recurre a la hipérbole para mostrarlo con la aureola
de un sátrapa que todo lo puede.
La
expectativa que existía sobre la aparición de “El otoño del patriarca” estaba
motivada por la pregunta que la crítica se hacía en el sentido de si García
Márquez sería capaz de superar la epopeya lograda con “Cien años de soledad”.
Algunos se atrevían a decir que el novelista no superaría lo que había
alcanzado con su novela cumbre. Sin embargo, a pesar del escepticismo, poco a
poco los lectores fueron descubriendo la maravilla de esa prosa que parecía
salirse de cauce por la majestuosidad de un lenguaje que estaba trabajado con arte
literario. El impacto, desde luego, no fue inmediato. Los lectores no podían
asimilar ese estilo arrollador donde desaparecían los signos de puntuación para
darle paso a un relato continuo, donde solo se podía tomar aire cuando aparecía
una coma.
¿Puede
catalogarse “El otoño del patriarca” como la novela más rítmica en la narrativa
de García Márquez? Pienso que sí. Desde que se inicia, el libro produce en el
lector un encantamiento especial por la magia de ese lenguaje que se filtra
como la sombra de un poema a lo largo del texto. El ritmo de la narración,
sumado a la exuberancia del lenguaje, convierte la obra en una avalancha
musical que va develando, página a página, una sinfonía creada para impregnar
con su torrente orquestal todo ese mundo mágico que el narrador recrea. En este
libro la prosa se convierte en río por
donde corren como piedras desde las palabras más excelsas hasta frases que no
obstante tener términos escatológicos forman en conjunto un extenso poema en
prosa donde la naturaleza tiene una presencia nítida.
“El
otoño del patriarca” innova en la estructura misma de la novela. García Márquez
utiliza a veces el narrador en primera persona, otras se regodea con el
narrador omnisciente, lo mismo que con el narrador en tercera persona.
Inclusive, existen capítulos donde aparece el narrador colectivo. Se toma,
incluso, licencia para insertar en su prosa, como voces propias, poemas de
Rubén Darío. En esta novela el autor rompe con la temática macondiana. Aquí ya
no aparece nada que se identifique con la estirpe de los Buendía, ni con el
espacio geográfico de Macondo, ni con el estilo literario utilizado en sus obras
anteriores. Debido a la cantidad de voces que se introducen en la narración,
“El otoño del patriarca” puede
catalogarse como una novela polifónica.
“El
otoño del patriarca” es una obra sobre un dictador que llega al extremo de
canonizar por decreto a su madre. García Márquez lo recreó con la imagen
que tenía de los diferentes dictadores latinoamericanos. Inclusive, le agregó
cosas de dictadores tan folclóricos como Bokassa o Idi Amín. Su personaje muda
de dientes tres veces en la vida, y tiene una hernia tan grande que debe ser
transportada en una carretilla. Vive 232 años. Sin embargo, en determinado
momento el lector no sabe si está vivo o muerto. Todo porque, a veces, el
narrador hace creer que este ha entregado su alma a Dios. Pero unas páginas más
adelante aparece vivo. Además, se mete en la vida privada de sus gobernados,
exprime en beneficio propio las riquezas de la nación y oprime al ciudadano con
su régimen totalitario.
Alguien dijo que “El otoño del patriarca”
no era un libro para leer sino para ser oído. Y tenía razón. Por las páginas de
esta novela monumental trasciende, como una constante, la música. En frases
como “era un coro de voces tan numerosas y distantes que él se hubiera dormido
con la ilusión de que estaban cantando las estrellas”, se advierte esa
musicalidad de la prosa. El ritmo cadencioso de la narración, que envuelve una
frase dentro de la otra, y la otra dentro de otra, y así sucesivamente, crea
una sinfonía musical que agrada al oído. Este dictador que al comienzo en un
caudillo heroico va pasando por diferentes etapas en su vida hasta convertirse
en un decrépito patriarca manejado como un títere. Novela de prosa exuberante,
musical, casi mágica, “El otoño del patriarca” conquistó lectores por su frases
ricas en sonidos musicales.
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