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lunes, 23 de mayo de 2016

Historias de colonización en "La Oculta"



Por JOSE MIGUEL ALZATE

Lo primero que el lector se pregunta cuando toma en sus manos la ùltima novela de Hèctor Abad Faciolince es: ¿puede un novelista tener la habilidad narrativa suficiente como para darle vida a una historia creible teniendo como base argumental un espacio geogràfico tan limitado como lo puede ser una finca?  La pregunta surge después de leer el reportaje que sobre ”La Oculta” le hizo al escritor la revista Semana días antes de ponerse en venta la obra. Y la respueta surge, clara, concisa, contundente, después de leer las 334 páginas del libro editado por Alfaguara. Sí, un novelista puede, con olfato de invetigador, crear un mundo donde convergen seres de personalidades disímiles, identificados alrededor de un espacio familiar como lo es esa finca heredada de sus mayores.

Si Mario Vargas Llosa pudo estructurar una novela temáticamente profunda sobre un hecho tan simple como los encuentros entre Paul Gauguin y Flora Tristán en ese París del Siglo XIX, como lo hizo en “El paraíso en la otra esquina”, un autor con talento literario también puede recrear con autenticidad el dìa a día en una parcela rural, mostrándole al lector las costumbres de una raza que descuajó montañas para fundar pueblos. Este es, para mí, el encanto de “La Oculta”. Que alrededor de la historia de la finca el novelista recrea historias verosímiles sobre lo que James Parsons llamó proceso de colonización antioqueña. Rescatar la historia de un pueblo, Jericó, como lo hace Héctor Abad Faciolince, es darle valor histórico a un proceso fundacional que hizo posible el desarrollo de Colombia.

Los terrenos donde fue fundado el Municipio de Jericó les fueron entregados por el Gobierno Nacional a dos comerciantes de Medellín, Alejo Santamaría y Gabriel Antonio Echeverry, en pago de una vieja deuda adquirida durante la guerra de independencia por haberles suministrado a las tropas patriotas víveres y mercancías a cambio de bonos que entonces tenían poco valor. Muertos los dos patriarcas, las tierras las heredaron sus descendientes. Quedaron bajo la responsabilidad de sus hijos Santiago Santamaría y Gabriel Echeverry, hombres visionarios que vieron en esas tierras la posibilidad de poblarlas para ponerlas a producir. Fueron ellos quienes convencieron a los colonos para que se  asentaran en unos terrenos que eran atractivos por su belleza natural.

Abad Faciolince nos enseña en “La Oculta” cómo se produjo el poblamiento de Jericó. El lector descubre el buen corazón de los señores Santamaría y González, que no quisieron explotar a los colonos como esclavos. Les entregaron la tierra para que les fuera pagada con trabajo. Lo dice don Santiago en el discurso que pronunció un domingo, después de la misa de once. Las familias llegaron a lomo de mula, trayendo el menaje para establecerse en el nuevo pueblo. El mismo señor Santamaría donó los terrenos para la iglesia y la escuela, y pagó de su propio bolsillo el sueldo de la primera maestra. Las descripciones que el autor hace sobre cómo avanzaban las legiones de colonos hace claridad sobre un proceso que marcó el destino de departamentos como Antioquia y Caldas.

La novela de Héctor Abad Faciolince es un documento sobre el proceso de  colonización antioqueña. Porque habla sobre la fundación de un pueblo, sobre la llegada del primer sacerdote, sobre la escogencia de las primeras autoridades, sobre la delineación de las calles. Inclusive, cuenta que a Jericó llegó como agrimensor un ciudadano de origen sueco, Carlos Segismundo Von Greiff, que fue el abuelo del poeta León de Greiff. Pero el novelista no se queda en el recuento de estas jornadas. Entre otros temas, profundiza en las costumbres antioqueñas, y habla sobre los alimentos que se consumen desde antaño en estas tierras, haciendo alusión a eso que Agustín Jaramillo Londoño llamó en su libro “El testamento del paisa” la trinidad bendita: la arepa, los fríjoles y la mazamorra.

“La Oculta” es una novela muy bien escrita, con monólogos perfectos, con un lenguaje bien manejado, con unos personajes que tienen características especiales. Mientras Pilar es una mujer adocenada, formada en principios cristianos, que defiende la institución del matrimonio, Eva es una mujer liberada a quien no le gusta una relación duradera, y le entrega su cuerpo al amante de turno sin ponerle condiciones. Mientras tanto Antonio, que es gay, vive su vida en Nueva York, alejado de la familia, pero unido a ella a través del recuerdo constante de La Oculta. Los tres hemanos luchan por conservar la finca. Pero no obstante haber superado el secuestro de un miembro de la famiia por la guerrilla y el incendio que causaron los paramillitares porque no les pagaban vacuna, al final tienen que resignarse a venderla.  En sus terrenos se construye luego un conjunto cerrado.



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