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sábado, 21 de noviembre de 2009

"Ráfagas de silencio", una novela con sabor a selva

Por JOSE MIGUEL ALZATE

Desde el epígrafe: “¡Oh selva, esposa del silencio, madre de la soledad y de la neblina!”, una frase de José Eustasio Rivera en “La Vorágine”, hasta el capítulo final donde el narrador dice: “He vuelto a la selva a escribir la historia del barro”, “Ráfagas de silencio”, de Gustavo Páez Escobar, es una novela con sabor a selva, con aroma a tierra mojada, con olor a naturaleza. Internarse en sus páginas es descubrir ese mundo inhóspito donde los indígenas conviven con los animales, es llenarse los pulmones de ese aire incontaminado que se respira en esas tierras, es ver pasar ante los ojos ese mundo donde sopla a todo momento un viento húmedo que acaricia los árboles.

Guaraná es el nombre del pueblo donde transcurren las historias que narra, en una prosa exultante, Gustavo Páez Escobar. Allí viven seres desesperanzados, mujeres fieles a sus costumbres indígenas, hombres que no conocen el miedo. Es un pueblo con una calle larga cubierta de barro, donde llueve casi a toda hora, con un aeropuerto a donde la gente va los domingos para ver aterrizar el avión. Esta es su forma de matar el tedio. Van, entre otros, el sacerdote que rige los destinos espirituales de la población, el militar que comanda el puesto que el ejército ha establecido para combatir a la insurgencia, el médico que dirige un hospital donde faltan elementos quirúrgicos para garantizar un buen servicio a los pacientes.

Un personaje narrador le enseña al lector ese ambiente oscuro donde tratan de sobrevivir, sembrando mata de coca, los indígenas. Ese narrador, Vicente Lizcano, es un hombre que 34 años después de haberse ido de Guaraná, un día regresa para recuperar la memoria perdida de ese pueblo donde conoció a Emilio Soto, un médico idealista que se hace guerrillero. Cuando llega, se sorprende al ver que Magdaleno Galarza, un hombre sin escrúpulos, conocido como Barrabas, que antes fuera el carcelero, es quien rige los destinos del poblado. Su sorpresa es grande cuando descubre que, como alcalde, le hizo levantar una estatua, en la plaza, a Fidolo Petri, el narcotraficante violador de mujeres que asesinaba a los indios para apoderarse de sus tierras.

En “Ráfagas de silencio”, de Gustavo Páez Escobar, el hilo narrativo maneja tres personajes enamorados de la selva: el médico Emilio Soto, el contrabandista Fidolo Petri y Vicente Lizcano, el intelectual que llega a Guaraná como nuevo gerente del banco. Alrededor de sus historias giran personajes secundarios que, sin embargo, tienen una presencia vívida en la narración. Ellos son: Severino Moravia, el sacerdote de origen italiano que llega al pueblo para entregarse al servicio de Dios después de haber sido un aventurero concupiscente. Y Emilio Yuma, el cacique que promueve una asonada en la cárcel para que los internos escapen llevando el cuerpo sin vida del guardia que asesinaron minutos antes.

Tres personajes femeninos le proporcionan a la novela connotaciones eróticas: la francesa Brigitte, que deslumbra con su sensualidad. Y Anabel y Zulema, hijas del cacique Alirio Yuma, que se enamoran del médico y del banquero. Anabel, hermosa y apasionada, se convierte en la compañera de lucha del médico cuando este forma con un grupo de indios el movimiento guerrillero que una madrugada ataca la cárcel para liberar al padre de las muchachas, encarcelado injustamente. Zulema, por su parte, provocadora y ardiente, queda embarazada de Vicente Lizcano. Pero no acepta irse con él a la ciudad porque piensa que la familia de un blanco jamás aceptaría como esposa a una indígena.

Fidolo Petri es un hombre sin principios morales. Inmensamente rico, su fortuna la hizo de forma ilícita. Y hace ostentación de su riqueza ante los demás. Tiene el alma negra. Atropella a los nativos, les arrebata sus tierras, los somete a su voluntad. Viola a las mujeres bonitas, incendia los sembrados de quienes se atreven a enfrentarlo y recurre a la violencia contra los indios que se interponen en su camino. Así lo hizo con Pablo Cari cuando quiso vengar la violación de su hija. El indio es detenido por la policía. Amarrado al tronco de un árbol ve, impotente, cómo queman su rancho y, ante sus ojos, violan a su mujer. Los agentes actuaron por orden de Petri para cobrarle la osadía de enfrentarlo.

Con una estructura lineal, “Ráfagas de silencio” es una novela escrita con pasión literaria. Minuciosa en la descripción de la selva, con diálogos bien manejados, logra impactar al lector con un argumento pleno de verismo. Sobre todo porque al final los malos reciben su castigo. Como le sucede a Fidolo Petri. Este encuentra la muerte una tarde en que viaja solo por el río, conduciendo él mismo su chalupa voladora. Mientras varios indios salen a su encuentro en rústicas canoas para matarlo, desde las riberas su antiguo conductor le dispara para cobrarle la violación de su esposa. Su muerte obedeció a un acto supremo de justicia por parte de quienes sufrieron su maldad. Pagó así todos los atropellos cometidos contra los indígenas.

¿Por qué “Ráfagas de silencio” es una novela con sabor a selva? Porque la descripción de los paisajes le enseña al lector cómo es esa tierra inhóspita donde crecen árboles exóticos. Gustavo Páez Escobar logra pintar con palabras la exuberancia de una zona donde brota una naturaleza alegre. Toda la variedad animal que caracteriza la selva está en las páginas de este libro. También la diversidad de la flora, las costumbres ancestrales de los indios y el peligro que representan para el hombre algunos animales que la habitan. En la novela aparecen los mosquitos, las culebras, los insectos, las pirañas, los zancudos, las lagartijas y los caimanes que le dan identidad a la selva.

¿Hay ficción en esta novela de Gustavo Páez Escobar? Por los hechos que narra, podría pensarse que no. Sobre todo porque todo lo que sucede en la novela ocurre en Colombia. Pero sí la hay. Fidolo Petri es creación literaria. Sin embargo, parece extraído de la realidad. Tiene semejanza, en su actuar, con cualquier jefe paramilitar. Lo que no ocurre con el médico. Emilio Soto sí existió. Es Tulio Bayer, el médico manizaleño que se hizo guerrillero, y que murió en París el 27 de junio de 1982. Un profesional con conciencia crítica que luchó por lograr reivindicaciones sociales para las clases menos favorecidas. En esta novela Páez Escobar le rinde homenaje al amigo que conoció cuando fue gerente de un banco en el Putumayo. Por esta misma razón, el personaje narrador, Vicente Lizcano, puede ser el autor del libro.

Se descubre en esta novela de Gustavo Páez Escobar la influencia de “La Vorágine”, de José Eustasio Rivera. Miremos por qué. En su actitud violenta, Fidolo Petri tiene parecido a Barrera, un hombre sin escrúpulos, mezcla de ladrón y asesino, que en la obra de Rivera explota a los caucheros. La historia de amor entre Vicente Lizcano y Zulema trae a la memoria, inmediatamente, el idilio entre Arturo Cova y Alicia, narrado en primera persona. En “la Vorágine” Barrera muere cuando es atacado por cientos de animales que consumieron sus carnes en cuestión de minutos, después de una dura pelea con Arturo Cova. En “Ráfagas de silencio” Fidolo Petri muere también en forma trágica, asesinado por su antiguo empleado.

Esa influencia de “La Vorágine” se nota también en el estilo literario. Después de leer “Ráfagas de silencio” queda la sensación de que Gustavo Páez Escobar tuvo la novela de Rivera como un modelo literario para narrar sus historias. En la descripción de esa manigua verde que atrapa a los personajes campea el estilo riveriano. Además, como José Eustasio, Páez Escobar tiene momentos de gran lirismo. Mírese, por ejemplo, este párrafo: “Ya no existes, Zulema. Te has evaporado, te has convertido en silencio y leyenda. Has vuelto a tu barro primigenio. ¡Zulema, Zulema!, clama mi voz, y el eco del monte me devuelve tu nombre: ¡Zulema, Zulema!” En “La Vorágine” existen pasajes de este tipo que impregnan de poesía la novela.

No se puede negar que esta obra de Gustavo Páez Escobar está inspirada en la realidad social colombiana. Como país capitalista, en Colombia siempre han existido los explotados y los explotadores. Este aspecto lo simboliza el autor con Fidolo Petri, que es el explotador, y los indios que le sirven, que son los explotados. Pero la denuncia no se queda ahí. En “Ráfagas de silencio” también se cuestiona el manejo del poder, la corrupción administrativa, el olvido del Estado. En este sentido, el alcalde de Guaraná es apenas un mandadero del narcotraficante. De la misma forma, este ejerce un poder corruptor frente a la autoridad. Y, finalmente, el médico Emilio Soto pregona que debe existir justicia social. El suyo es un alegato contra la miseria.

Mucho puede escribirse sobre esta novela que sacude al lector por su crudeza al revelar los excesos tanto de los poderosos como de las autoridades policiales que se venden por unos cuantos pesos. Además tiene otra veta temática importante. Es el referente a la vida sacerdotal. El padre Severino Moravia, que se toma sus aguardientes en la tienda del pueblo, termina haciendo vida marital con Sor Griselda, una monja hermosa que llega al pueblo para cumplir el servicio social. Los dos se enamoran, y ante la imposibilidad de detener esa llama que les quema el corazón, deciden colgar los hábitos e irse a vivir su amor en otro lugar, lejos de Guaraná. Digámoslo en pocas palabras: “Ráfagas de silencio” es, por su calidad literaria, una excelente novela.

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