Por JOSE MIGUEL
ALZATE
¿Qué puede ser lo
cotidiano para un poeta? Podría ser levantarse, bañarse, vestirse, afeitarse.
También alimentarse, salir a la calle,
leer un libro, montar en buseta o tomarse un tinto. Pero para un hombre que ha
vivido en función de poesía, siempre escribiendo versos, inspirándose en las
cosas que ve en la calle, valiéndose de la palabra para expresar sus preocupaciones
metafísicas, la cotidianidad puede ser otra cosa: el aire que respira, el
viento que besa su frente, el frío que penetra sus huesos, la soledad del
cuarto donde se encierra a revivir saudades, la sonrisa de una muchacha que lo
mira desde una ventana, el llanto de un niño que pide a gritos le compren un
juguete o el olor a rosas de una sala de velación. Para el poeta lo cotidiano
es sentir la palabra fluyendo en su cerebro.
¿Flóbert Zapata Arias
puede considerarse como un poeta de lo cotidiano? ¡Sí! Muchos de sus versos
están bañados por un aire de cotidianidad que los hace sugerentes. ¿No es cotidiano,
acaso, asistir a la escuela, hacer tareas, reclamarle al profesor, mirar a una
compañera de clase, jugar en los recreos, como se hace cuando se es estudiante?
Sobre estas cosas escribe Flóbert Zapata Arias en el poemario “Después del
Colegio”. Aunque la de este libro es una poesía conversacional, con musicalidad
escasa, no ceñida a cánones estéticos, tiene una particularidad: mostrar lo que
ocurre en un salón de clase con un lenguaje exento de lirismo. Veamos este verso:
“En este colegio me suceden cosas raras. Le muestro el corazón al espejo y me
proyecta tu rostro”.
En la edad de la
juventud es cotidianidad ver al papá trabajando para llevar el alimento a la
casa, quemándose al sol para limpiar las cementeras, construyendo con sus manos
el futuro de la familia. En un poema en prosa titulado “Alguien es el
auténtico”, incluido en “Copia del insecto”, libro que rompe un poco con el
tradicionalismo poético porque está escrito con un lenguaje sin alardes
retóricos, el poeta de Filadelfia le rinde homenaje a su padre cuando dice que
a medida que pasa el tiempo se va pareciendo más a él. “Voy siendo él con tanta
claridad que sospecho que él es mi doble que vivió primero”, dice. Y afirma que
tenía “propensión a los pantalones de dacrón”. Y al mirarse las venas brotadas
de las manos, recuerda que él también las tenía así.
Flóbert Zapata Arias
explora, con insistencia, en nuevas formas de expresión poética. Mientras en su
primer poemario, “Retrato del frío”, incluido en el libro “Dos voces”, donde
comparte honores con Antonio María Flórez, hay un poeta que es capaz de
escribir una frase sonora como “Nos amamos tanto, marcamos tantas huellas que
se nos confundieron los caminos”, en su libro posterior experimenta con nuevas
formas de escribir un poema, influenciado un poco por Mario Benedetti o por
Fernando Pessoa, que tienen versos escritos en renglones sin continuidad, que
empiezan donde termina el anterior, pero en la línea siguiente. Este estilo de
escribir poemas obedece a las corrientes modernas en estructura poética. También
aquí es una constante el poema sin rima, escrito en prosa.
“Ataúd tallado a
mano” y “Anfiteatro azul” son libros fundamentales para valorar la voz de
Zapata Arias, y su obsesión por lo cotidiano. En los dos está el alma de un gran
poeta. Hay en ellos un autor maduro, que ha superado el tono simple de sus primeros
poemas y, sobre todo, ha alcanzado momentos de fina inspiración. No es fácil escribir
98 versos sobre la muerte. Ni pasar de ahí a versos de corte social como “Uno
por uno a once, el cuello atado, les cortaron las piernas, las manos les cortaron”.
O como este: “Oh, qué vida tan triste callar en lo profundo, querer asir la
pena y ver crecer tugurios”. Estos son versos que expresan desolación,
perplejidad, tristeza, asombro. Tienen olor a cadáveres y a cementerios. Y,
sobre todo, exhortaciones líricas sobre la muerte, escritas con un dejo
existencialista.
Hay otra vertiente temática
en Flóbert Zapata Arias que merece analizarse: el amor. Está presente en esos
poemas breves que, a manera de coplas, hablan de ese sentimiento que con tanta delicadeza en la
palabra exaltó Francisco Luis Bernárdez. Veamos, como ejemplo, este verso: “¿Qué
voz te toca con nieve? ¿Qué mal te hiere con miel? ¿Qué ángel bajo tu piel te
reprime y te hace leve?” Hay aquí sutileza en el lenguaje. Son versos de fina
factura. Emerge en ellos un sutil aroma de mujer. Veamos este otro: “Cuando tu
amor me llamaba yo no sabía besar y cuando otro te besaba yo no sabía llorar”. Aquí
la palabra adquiere connotación lírica. Flóbert Zapata es un poeta que pasa con
facilidad del dolor a la alegría. Y que, sin proponérselo, hace del amor otro
asunto cotidiano.
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