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lunes, 4 de febrero de 2019

Flòbert Zapata Arias, poeta de lo cotidiano




Por JOSE MIGUEL ALZATE

¿Qué puede ser lo cotidiano para un poeta? Podría ser levantarse, bañarse, vestirse, afeitarse. También alimentarse, salir a  la calle, leer un libro, montar en buseta o tomarse un tinto. Pero para un hombre que ha vivido en función de poesía, siempre escribiendo versos, inspirándose en las cosas que ve en la calle, valiéndose de la palabra para expresar sus preocupaciones metafísicas, la cotidianidad puede ser otra cosa: el aire que respira, el viento que besa su frente, el frío que penetra sus huesos, la soledad del cuarto donde se encierra a revivir saudades, la sonrisa de una muchacha que lo mira desde una ventana, el llanto de un niño que pide a gritos le compren un juguete o el olor a rosas de una sala de velación. Para el poeta lo cotidiano es sentir la palabra fluyendo en su cerebro.

¿Flóbert Zapata Arias puede considerarse como un poeta de lo cotidiano? ¡Sí! Muchos de sus versos están bañados por un aire de cotidianidad que los hace sugerentes. ¿No es cotidiano, acaso, asistir a la escuela, hacer tareas, reclamarle al profesor, mirar a una compañera de clase, jugar en los recreos, como se hace cuando se es estudiante? Sobre estas cosas escribe Flóbert Zapata Arias en el poemario “Después del Colegio”. Aunque la de este libro es una poesía conversacional, con musicalidad escasa, no ceñida a cánones estéticos, tiene una particularidad: mostrar lo que ocurre en un salón de clase con un lenguaje exento de lirismo. Veamos este verso: “En este colegio me suceden cosas raras. Le muestro el corazón al espejo y me proyecta tu rostro”.

En la edad de la juventud es cotidianidad ver al papá trabajando para llevar el alimento a la casa, quemándose al sol para limpiar las cementeras, construyendo con sus manos el futuro de la familia. En un poema en prosa titulado “Alguien es el auténtico”, incluido en “Copia del insecto”, libro que rompe un poco con el tradicionalismo poético porque está escrito con un lenguaje sin alardes retóricos, el poeta de Filadelfia le rinde homenaje a su padre cuando dice que a medida que pasa el tiempo se va pareciendo más a él. “Voy siendo él con tanta claridad que sospecho que él es mi doble que vivió primero”, dice. Y afirma que tenía “propensión a los pantalones de dacrón”. Y al mirarse las venas brotadas de las manos, recuerda que él también las tenía así.

Flóbert Zapata Arias explora, con insistencia, en nuevas formas de expresión poética. Mientras en su primer poemario, “Retrato del frío”, incluido en el libro “Dos voces”, donde comparte honores con Antonio María Flórez, hay un poeta que es capaz de escribir una frase sonora como “Nos amamos tanto, marcamos tantas huellas que se nos confundieron los caminos”, en su libro posterior experimenta con nuevas formas de escribir un poema, influenciado un poco por Mario Benedetti o por Fernando Pessoa, que tienen versos escritos en renglones sin continuidad, que empiezan donde termina el anterior, pero en la línea siguiente. Este estilo de escribir poemas obedece a las corrientes modernas en estructura poética. También aquí es una constante el poema sin rima, escrito en prosa.

“Ataúd tallado a mano” y “Anfiteatro azul” son libros fundamentales para valorar la voz de Zapata Arias, y su obsesión por lo cotidiano. En los dos está el alma de un gran poeta. Hay en ellos un autor maduro, que ha superado el tono simple de sus primeros poemas y, sobre todo, ha alcanzado momentos de fina inspiración. No es fácil escribir 98 versos sobre la muerte. Ni pasar de ahí a versos de corte social como “Uno por uno a once, el cuello atado, les cortaron las piernas, las manos les cortaron”. O como este: “Oh, qué vida tan triste callar en lo profundo, querer asir la pena y ver crecer tugurios”. Estos son versos que expresan desolación, perplejidad, tristeza, asombro. Tienen olor a cadáveres y a cementerios. Y, sobre todo, exhortaciones líricas sobre la muerte, escritas con un dejo existencialista.

Hay otra vertiente temática en Flóbert Zapata Arias que merece analizarse: el amor. Está presente en esos poemas breves que, a manera de coplas, hablan de  ese sentimiento que con tanta delicadeza en la palabra exaltó Francisco Luis Bernárdez. Veamos, como ejemplo, este verso: “¿Qué voz te toca con nieve? ¿Qué mal te hiere con miel? ¿Qué ángel bajo tu piel te reprime y te hace leve?” Hay aquí sutileza en el lenguaje. Son versos de fina factura. Emerge en ellos un sutil aroma de mujer. Veamos este otro: “Cuando tu amor me llamaba yo no sabía besar y cuando otro te besaba yo no sabía llorar”. Aquí la palabra adquiere connotación lírica. Flóbert Zapata es un poeta que pasa con facilidad del dolor a la alegría. Y que, sin proponérselo, hace del amor otro asunto cotidiano.

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