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viernes, 15 de julio de 2016

Un buen poeta caldense




Por JOSE MIGUEL ALZATE

A veces uno descubre libros que lo sorprenden. Sobre todo cuando se encuentra una voz que alude a temas como el olvido, la existencia, la soledad, la desolación y la muerte.  Dicho en otras palabras, cuando se revela un autor que, por los lamentos de sus versos, toca las fibras más íntimas del alma. Así como existen poetas que tienen la magia para exaltar el cuerpo de una mujer o para cantar las excelsitudes del paisaje, hay otros que logran conturbar los sentidos con la frescura de su lenguaje y, desde luego, con el tono que le imprimen a sus versos. Los primeros hacen del idioma una herramienta para expresar su emoción ante la belleza; los segundos toman la palabra para transmitirle al lector, con una voz que trasciende por su fuerza cósmica, su angustia frente a la vida.

Esa sorpresa me la ha deparado la lectura del libro “Poemas viajeros y recónditos”, de Gustavo Loaiza Loaiza, un poeta oriundo de Anserma. La obra, publicada por la biblioteca de ese municipio del occidente caldense, recoge en 125 páginas 48 poemas escritos con el alma lacerada por sufrimientos interiores. El poeta Juan Alberto Rivera, su prologuista, dice que los versos de este poemario son “más que un canto a la existencia misma”. Agrega que aquí las palabras se elevan sin alas y sin distancias porque son la expresión de un hombre que mira la vida con una resignación que infunde en el lector admiración.  Leyéndolo, uno recuerda este verso de su coterráneo Edgardo Escobar: “Hacer poemas es permitir que las palabras hagan hueco en nuestras vidas”.

Y hueco en su vida es lo que hacen los versos de Gustavo Loaiza Loaiza. ¿La razón? El poeta lanza a veces imprecaciones contra la existencia, como manifestando un dolor intenso que sacude su alma. Lo hace en Elegía I, un poema corto donde se duele por la temprana muerte de su hijo. Oigámoslo: “Como proseguir con este corazón cansado/, si hasta la luz de mis ojos te llevaste?/ Toda mi sangre fue vertida en ti/ y un huracán de congojas/ se pasea ahora/ por los acantilados del alma/.  En este poema el lenguaje tiene un sacudimiento interior. Algo que se repite en el poema Escape, cuando se pregunta, angustiado: “Si no muero, Señor, por qué esta lanza en mi costado?/ Ya no cabe el dolor en tanta herida/ ni puedo huir de tanta sombra/. 

Hay que decirlo: en el alma de Gustavo Loaiza Loaiza habita un buen poeta. Lo revelan estos versos donde la voz del vate tiene estremecimientos que sacuden al lector. Desde los títulos mismos, estos versos hacen mención a la experiencia del hombre sobre la tierra. Hay en ellos una angustia contenida, una expresión de dolor, un grito desesperanzado. Así lo dice en el poema Oración Profana: “Un ángel me partió en dos/ y nunca volveré a ser uno/. Una parte de mi/ rueda sobre peñascos de rencores/ y otra golpea sin alma/ en la roca estéril de la nada/. La voz de Gustavo Loaiza Loaiza está impregnada de un sentimiento de desolación que parece salir del fondo del alma para cantar su angustia de hombre acostumbrado al dolor.

Por la desazón interior que expresa en muchos de sus poemas, el autor de “Poemas viajeros y recónditos” pertenece a esa escuela que, siguiendo la huella de Porfirio Barba Jacob, forjaron en Caldas poetas como Fernando Mejía Mejía y Javier Arias Ramírez, cuya voz desolada trascendió más allá de nuestra comarca por la fuerza huracanada de su poesía. Loaiza Loaiza alcanza momentos de intensa emoción en esos poemas donde canta a la amada con un dejo de nostalgia por su partida. Veamos el poema Cuando tú me amabas: “Ahora, con el alma/ en el pecho congelada/ sé cómo morir de olvido/ en la fatiga de la espera/. Nótese en los versos transcritos en este artículo cómo el poeta no hace uso de figuras literarias comunes en autores que expresan su angustia con tono parecido.

En la solapa del libro se dice que Gustavo Loaiza ha publicado dos obras: “Cuando mi sol haya partido”(1997), y “Sueños interiores”,(1999). Lo que uno extraña es que su nombre no aparezca en el libro “Literatura de Caldas 1967-1997”, de Roberto Vélez Correa, siendo un poeta de la talla de Augusto León Restrepo, Herman Lema, Edgardo Escobar, Jaime Ramírez Rojas y Alcy Doney Calle. La suya es una voz auténtica, que trasciende por su tono escéptico. Una recomendación final al autor: no queda bien escribir en mayúscula la palabra inicial del renglón siguiente cuando no existe el punto aparte. Esto le quita estética al libro. Como tampoco queda bien no abrir el signo de interrogación cuando el verso termina en pregunta. Ojalá tenga en cuenta estas sugerencias.

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