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domingo, 19 de diciembre de 2010

Ultimos días de Bolívar

POR JOSE MIGUEL ALZATE

Pasó casi inadvertida la conmemoración de los 180 años de la muerte del libertador Simón Bolívar. Y digo casi inadvertida porque ese día sólo apareció, en El Tiempo, una columna escrita por Juan Carlos García donde se recordaba que el 17 de diciembre de 1830 murió, en la Quinta de San Pedro Alejandrino, el padre de la Patria. De resto, ningún periódico del país publicó artículos donde se dijera cómo fue la muerte del genio caraqueño que libertó cinco repúblicas. La pregunta es: ¿Estamos olvidando al hombre más grande que dio América? Los medios de comunicación tienen el compromiso de recordarles a los ciudadanos las efemérides que han marcado su destino. Sobre todo para que las nuevas generaciones tengan conocimientos sobre la vida de los hombres que lucharon por nuestra libertad.

¿Por qué razón debemos conmemorar los 180 años de la muerte de Simón Bolívar? Muy sencillo. Porque fue el hombre que nos liberó del yugo español. Y, sobre todo, porque fue el constructor de nuestra nacionalidad. Cuando en esos días decembrinos Próspero Reverend estaba atendiendo en su lecho de enfermo al hombre que con su espada logró nuestra independencia, sabía que estaba al frente de un ser humano excepcional, que sólo después de muerto alcanzaría el cénit de la gloria. Tal vez el médico recordaba la frase que el 2 de agosto de 1825 pronunció José Domingo Choquehuanca cuando Bolívar pasó por el pueblo de Pucará, en territorio peruano: “Con los tiempos crecerá tu gloria como crece la sombra cuando el sol declina”.

¿Cómo fueron los últimos días del padre de la patria? Gabriel García Márquez escribió una hermosa novela, “El general en su laberinto”, donde recrea literariamente el viaje del libertador desde Bogotá hasta Santa Marta después de entregar la presidencia de la Gran Colombia el 4 de mayo de 1830. “Vámonos, que aquí no nos quiere nadie”, le dijo Bolívar, el 8 de mayo, a su fiel servidor, José Palacios. García Márquez dice que para ese año ya la enfermedad estaba causando estragos en su humanidad. “A medida que bajaba de peso iba disminuyendo su estatura”, dice el novelista. A Santa Marta llegó exhausto, disminuido en su vitalidad, aquejado por los dolores. El español Joaquín de Mier y Benítez le ofreció su quinta para que se quedara allí, sin pensar que en ese lugar encontraría la muerte. Ni que por este motivo su hacienda pasaría a la historia.

A la una y tres minutos de la tarde del 17 de diciembre de 1830, a la edad de 47 años, abandonado por quienes lo acompañaron en su tarea de consolidar la unión de las repúblicas que libertó, falleció el hombre cuyo pensamiento sigue teniendo vigencia política. Una frase suya: “Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”, se convirtió en la expresión del último deseo de quien en 1928, durante la Gran Convención de Ocaña, originó el nacimiento de los partidos políticos en Colombia. ¿La razón? El enfrentamiento entre santanderistas y bolivarianos. Los seguidores de Bolívar, los centralistas, proponían el fortalecimiento de la autoridad del libertador. Los federalistas, que seguían a Santander, querían quitarle poder, creando un estado federal. Ante el fracaso de la convención, meses después Bolívar se declaró dictador.

¿En qué circunstancias murió Simón Bolívar? Los historiadores dicen que su estado de salud empeoró el 10 de diciembre. Su apariencia cadavérica hizo pensar a todos que el final de su vida estaba próximo. Por esta razón, sus allegados mandaron llamar al obispo de Santa Marta, José María Estévez, para que lo asistiera. El sacerdote Hermenegildo Barranco, párroco de Mamatoco, le puso los Santos Oleos. Gabriel García Márquez dice en “El general en su laberinto” que ese día el obispo Estévez se vistió de pontifical. Y que estuvo encerrado con el libertador por espacio de 14 minutos. Pero que nadie supo de qué hablaron. Anota, sin embargo, que el prelado no atendió los insistentes llamados que le hicieron para que oficiara las honras fúnebres.

La historia registra el momento de la muerte del Genio de América como un hecho que demuestra la soledad del poder. Pocos amigos están a su lado cuando expira. Ninguna mujer lo acompaña. Ni siquiera Manuelita Sáenz. Ese día “no pudo levantarse sólo de la hamaca”; el médico Prospero Reverent tuvo que ayudarlo: “Lo sentó en la cama, apoyado en las almohadas, para que no lo ahogara la tos”. Gustavo Páez Escobar dice, en un excelente artículo titulado “Las tristezas de Bolívar”, que en el momento de su muerte su cuerpo fue cubierto con una camisa prestada por el general Mariano Montilla. Sus exequias se realizaron en la Catedral Basílica de Santa Marta. En este lugar reposaron sus restos hasta diciembre de 1842.

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